—Tendrás que casarte algún día hija mía.
—¡¿Quién lo dice?!
—Acabas de cumplir los diecisiete años, ya deberías estar en cinta.
—¡Ja! Jamás traeré una maquina de llorar y hacer cacas a este mundo, padre.
—Debes tener descendencia para reinar.
—No me interesa el trono, bien lo sabes.
—Pero el pueblo espera...
—Me importa una mierda lo que el pueblo espere.
—Es tu pueblo y te quiere.
—Claro que me quiere. Les he dado todo lo que he podido.
—Lo sé, lo sé y...
—¿Y? Les he dado comida, cobijo y oro. Me he preocupado por su bienestar. Me he involucrado. Estoy segura de que un ascenso o no al trono no influirá.
—Es tu derecho y tu deber. Es lo que tú madre quería.
—No sabes lo que mamá quería...
—Claro que sí. Ella te quería en el trono. Como una gobernadora noble, fuerte e inquebrantable.
—No te daré nietos. Espero que te quede claro.
—Eres muy cabezota, Saera.La princesa ríe ante la queja de su padre y abandona la estancia.