Pasamos un rato más en el bar y volvemos a casa para la cena.
—¿Qué tal la clase? He oído por ahí que ha sido todo un éxito. —David me sonríe.
—Bueno yo no diría tanto... pero estuvo bien.
Me mira fijamente.
—No seas tan modesta. Estoy seguro de que hoy has hecho pensar a muchos y no me refiero sólo a los niños.
Me pregunto qué pensarán los adultos que nos han escuchado. ¿Les parecerá bien que les hable de esos temas a los niños? ¿Tendrán ellos una opinión diferente?
En casa también han oído lo de mi clase de hoy y están entusiasmados. "Menos mal que se trataba de pasar desapercibida, Ari".
De nuevo la cena es sencilla pero de postre nos espera una buena ración de bizcocho de chocolate, tal y como nos prometió mi madre. Con lo golosa que soy disfruto de cada bocado y cuando termino, estoy más que satisfecha.
Mi padre ha convencido a David para jugar al ajedrez, lo que me viene genial para escaparme e ir a ver a Neo.
-Bien, mientras os enfrascáis en esa emocionante partida que seguramente os lleve horas, o días, voy a dar un paseo.
Se van al salón, con mi padre a la cabeza dando una charla sobre la paliza que le va a pegar y al girarme me encuentro con la mirada de mi madre.
—Quizás quieras llevarle un trozo de bizcocho a Owen —dice mientras coge un cuchillo de la encimera.
—Pero... ¿cómo sabes...?
—Siempre has hecho lo mismo desde niña. Cuando algo te preocupa, corres a hablar con él. —Envuelve la porción de bizcocho y me la da—. Sólo espero que el problema no sea con David.
No entiendo.
—¿A qué te refieres?
—Cariño, hasta ahora ha sido muy fácil. Owen era tu mejor amigo y llegó David y se convirtió en tu novio. Pero según os vais haciendo mayores las fronteras se vuelven más confusas. Nunca olvides que Owen siente algo por ti.
Asiento con la cabeza y le doy un beso en la mejilla antes de salir por la puerta de atrás. Camino a casa de Neo con paso acelerado, no me gusta nada ir sola de noche. Soy un poco miedica, así que respiro aliviada al ver su casa a unos pocos metros. Todo el camino he venido pensando en las palabras de mi madre. Ella y su sexto sentido, como todas las madres, que demuestra que me conoce mejor que yo misma.
La casa de Neo es bonita pero sencilla. Su fachada es de ladrillo rojizo y la madera está pintada de blanco. Me acerco a la puerta y escucho. Reina el más absoluto silencio. Golpeo suave, casi con miedo y no tardo en oír unas pisadas aceleradas que se acercan a la puerta.
Es Neo el que abre y no más verme sonríe.
—No estaba seguro de si vendrías. Pasa.
Le sigo y no puedo evitar fijarme: lleva un pantalón de chándal, camiseta de tirantes y va descalzo. El pensamiento que cruza mi mente no es bueno y lo deshecho inmediatamente. Pero al momento me estoy fijando en los músculos de su espalda que se marcan a través de la camiseta y cuando se gira y me mira creo que ha descubierto lo que estaba pensando.
Mientras intento disimular la vergüenza le ofrezco el pequeño paquete.
—Toma. Un trozo de bizcocho de chocolate. De parte de mi madre. Todo un lujo aquí.
—Eso seguro. —Ni tan siquiera lo mira. No deja de observarme y me estoy poniendo nerviosa - Lo dejaré en la cocina. Dale las gracias de mi parte. Ven, vamos a mi habitación.
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Árboles de ceniza - Completa (Ya a la venta)
Science Fiction*Disfruta de esta historia completamente gratis*. Distopía? ¿Ucronía? ¿Multiverso? Ari, una chica de diecisiete años llega a la ciudad dispuesta a pasar los dos meses de verano realizando un curso preuniversitario sobre "El sueño". En esa academia...