Capítulo 4

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Es viernes y tengo una hora libre. La pasaré en la biblioteca, pues es el lugar ideal para dormir unos minutos. Mi cuerpo merece un descanso. En la clase de química me han regañado por la forma en que me siento. Era el único profesor que no me caía mal y justo hoy lo vino a joder.

Me encuentro con la sorpresa de que la encargada de la biblioteca está en su escritorio teniendo una entretenida plática con el director. Si alguien más los ve se daría cuenta de que se escapa de su trabajo en la dirección para venir exclusivamente a verla y a ponerse al corriente de lo que pasa en la vida de los demás.

Justo antes de entrar me topo con un cartel que si no lo hacen más grande, no me doy cuenta de que está pegado ahí. Lo leo en voz baja y hago una mueca. Es la premiación que hacen en cada ciclo escolar y según los fondos serán a beneficio del instituto. El director acaba de comprarse una camioneta, ¿para qué quiere los fondos?

El director se da cuenta de hay alguien parada en la puerta y me echa un vistazo rápido como si se debatiera entre decir algo por obligación o ignorarme para seguir mirándole los pechos a la pelirroja. Como un gesto de una buena persona, lo saludo cordialmente con toda falsedad.

—Buen día director, ¿cómo lo está tratando el día?

Desato el nudo que le he hecho a mi sudadera amarrada a mi cintura, pues me servirá como almohada y visualizo el lugar donde dormiré.

Se nota extrañado ante mi comportamiento y en mis adentros hay una enorme sonrisa burlona escondiéndose.

—Buen día. ¿No debería estar en clase? Por aquí no hay nadie de su salón.

¿Será porque nadie va a una aburrida biblioteca? Bueno, tal vez para dormir, como es mi caso.

—Sí, debería —alzo la voz para que me escuche atentamente—. Pero prefiero perder mi tiempo en otras cosas.

Arruga el entrecejo, molesto.

No lo sabe, pero estoy en hora libre.

Por cuestiones desconocidas, la secretaria llega con una pila de papeles y le dice algo en el oído que hace que se quede callado. Asiente y su mandíbula se tensa. Se disculpa con la pelirroja y sigue a la secretaria hasta la dirección.

Dejo caer mi cabeza sobre la almohada improvisada y mis ojos se vuelven pesados, hasta que pierdo la noción de las cosas y me sumerjo en un profundo sueño.

(...)

—Tú despiértala.

—Mejor tú, puede que se moleste menos contigo.

Unas voces que reconozco entran por mis oídos desde un tono muy bajo hasta que logro escuchar todo con claridad. Permanezco con los ojos cerrados, todavía con ganas de seguir durmiendo.

—Siendo así, mejor no lo hagas.

Abro los ojos con dificultad y enderezo mi espalda. Lois, el de ojos saltones, le da un codazo a su amigo como señal de que ya he despertado.

—¿Qué? —gruño.

—Ya van a cerrar. Hicimos una buena obra de caridad, la bibliotecaria ya te quería dejar aquí encerrada.

Doy un último bostezo y reviso a mi alrededor. Efectivamente, sólo hay una lámpara encendida y la puerta está entreabierta.

—¿Por qué no me dejaron abandonada?

—Discúlpanos, pero no somos malas personas.

Recojo mis cosas y me echo la mochila al hombro. Cuando salimos de la biblioteca, no hay nadie en los pasillos y los salones ya están cerrados.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora