Capítulo 10

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—Espéreme unos minutos —Mi madre baja del taxi apresurada, casi torciéndose con sus tacones, hacia un cajero automático. Rebusca en su bolsa varias veces hasta que encuentra su tarjeta de crédito.

Me bajo antes de Meg, y el conductor suelta un quejido cuando al cerrar, azoto la puerta.

Hemos venido a una tienda de ropa, pero mi madre ha olvidado su cartera y no ha traído ni un solo peso. Ya ha pasado mucho tiempo desde que no piso una tienda como esta. Vislumbro los maniquís que están en exhibición. ¿Por qué tienen que ser tan delgados y perfectos?

Una vez que mi madre le entrega un billete al taxista, este arranca a toda velocidad sin darnos tiempo si quiera de mirar las placas del automóvil. Le ha regalado todo su cambio a aquel señor con mostacho. No era mucho, pero eso es considerado como un robo. Mi madre suelta una grosería al aire y entra a la enorme tienda iluminada.

Odio comprar ropa, más que nada por las empleadas mal encaradas sin ganas de vivir.

Meg, quien entró hace unos segundos, ya tiene una pila de ropa lista para probarse. Una empleada la conduce hacia donde están los vestidores y desaparece de nuestra vista.

—Azul, ¿no quieres probarte algo?

Repaso las hileras de ropa, desde faldas hasta vestidos. Los colores son ya anticuados, pero una falda logra convencerme. Es negra, de mezclilla, con bolsas a los costados y botones. Busco lo que le vendría muy bien como acompañante, y son unas medias de red. Busco por mi propia cuenta, ya que las demás empleadas están ocupadas; una está poniéndose esmalte de uñas y la otra viendo quien sabe qué en la computadora.

—Me probaré esto —le muestro.

—¿No prefieres algo más colorido? Que no sea... negro.

—Entonces no llevo nada —pongo los ojos en blanco y mi madre me atrapa.

—Anda, pruébatelo. Quiero que me des el privilegio de verte en falda, sin pantalones rotos ni aguados.

En el vestidor, me deshago de mi pantalón y meto mis piernas a través del gigantesco agujero al centro de la falda. Me queda bien de la cintura, aunque mis piernas flacas quedan al descubierto. Están completamente pálidas, y es que no les ha pegado el sol en mucho tiempo.

Prosigo mirándome en el espejo y entonces me doy cuenta que a mi costado están las medias.

¿Se debían poner primero?

Las deslizo por mis piernas y desabrocho la falda para que pueda ajustarlas. Modelo frente al espejo y vaya, he cambiado muchísimo. Hasta combina a la perfección con la playera de manga larga de rayas arcoíris que llevo ya puesta.

Al salir del vestidor, mi madre sonríe y asiente. Meg sale al mismo tiempo que yo, luciendo un vestido vino ajustado. Mueve el trasero a todos los ángulos y se muerde los labios, indecisa. Mi madre la mira de los pies a la cabeza y niega con la cabeza. La chica que la ha atendido, le acerca unos tacones dorados de un metro de altura.

—Me queda bien, aunque siento que mi panza resalta mucho.

Mutuamente nos miramos mi madre y yo.

Ya iba a empezar con sus inseguridades.

—Estás más flaca que un palo —le suelto.

—Meg, cariño, te queda excelente. Aunque pienso que es muy, muy corto. Al quererte sentar se te verá todo.

Y ni hablar del escote...

—Para eso existen las licras —mira a mi madre y al finalizar se dirige a la chica que la atiende, quien no puede parar de mirarla con cierto recelo—. Me llevo este y este —Toma otro vestido de lentejuela y los muestra a mi madre.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora