Capítulo 12

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—No pienso quedarme a una estúpida conferencia sobre métodos anticonceptivos —bramo, cruzada de brazos luego de que el director interrumpiera la clase de Filosofía para ordenar que nos reuniéramos en la sala de conferencias.

—Puede servirte de mucho —dice Lois, escondiendo una sonrisa burlona.

En la sala de conferencias nos acomodan a todos por hileras. Nadie se sienta en su lugar, la sala es un completo alboroto. Con el proyector encendido, los encargados de la conferencia deben estar a punto de llegar.

—Qué injusticia, a Lois le toca al lado de Rose y a mí me toca con un chico que no sabe de la existencia del desodorante —Adrien se queja, apartándose del gentío para no ser aplastado.

Ideo un plan para escaparme. Con los profesores ocupados, tengo la ventaja para colarme por el portón del colegio. No pienso estar sentada dos horas mirando diapositivas y escuchando información que ya sé.

Me doy la media vuelta dispuesta a fugarme, pero alguien me sujeta de la manga de mi sudadera antes de dar un paso. Con fastidio, me obligo a detenerme.

—¿A dónde vas?

Los ojos de Dean me escanean con curiosidad.

—Me largaré.

—Pusieron al conserje como guardia en el portón.

—¿Y? Al conserje no le pagan para cuidar que nadie se salga.

Sin otra interrupción, los dejo antes de que alguien me vea. A punto de llegar al portón, unos pasos próximos me hacen esconderme detrás de una columna lo suficientemente amplia para taparme. Era una verdadera misión, pero lo iba a hacer de todas formas. Espero que algún profesor aparezca, pero me llevo una sorpresa al ver a dos personas patéticas caminando hacia mí con suma tranquilidad, como si estuviesen grabando una escena de esas en los que los protagonistas caminan triunfantes en cámara lenta. Si alguien nos descubría, ellos serían los culpables.

—¿Y ustedes qué? —les pregunto, porque no entiendo qué hacen siguiéndome los pasos.

—Nos vamos. —dice Adrien.

Me aguanto las ganas de ponerles mala cara o seguir con mis reclamos. Si me quiero escapar, tengo que darme prisa.

—Les advierto que yo me saldré primero. Si a ustedes los atrapan es su problema —les declaro, asomando la cabeza unos centímetros con dirección hacia donde el conserje está plantado como un soldado.

—No te estreses, el conserje me debe una, así que nos dejará salir. Él fue quien rompió la puerta de la dirección, fui el único testigo. Además, le he comprado dos panques de la cafetería.

—Cuando yo perdí una chamarra se negó a abrirme la conserjería para buscarla y tú le compras panecillos, ¿qué ocurre contigo?

—Mantengo una relación cordial con los que trabajan aquí, así te ganas el derecho de pedir un favor. Tómalo como un consejo.

—Guárdate tus consejos, yo no necesito tener una relación "cordial" con nadie.

Una secretaria le da instrucciones al conserje de que necesitan más asientos en la sala de conferencia y con esa distracción, sin nadie más a la vista, me echo a correr hacia el portón, que con otro punto a mi favor, lo han dejado sin candado. Los otros dos no tardan en salir con movimientos atléticos, tan patéticos como ellos.

—Los veo mañana chicos. Los acompañaría, pero seré el chofer de mi abuelo lo que resta del día. Lo llevaré a comprar sus medicinas para la vejez y de paso, compraremos despensa. Lo tenemos como huésped en casa —dice Adrien, quitándose la campera que lleva puesta para guardarla en el espacio ancho de su mochila.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora