Capítulo 22

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—Ya me voy —le aviso a mi madre, quien está parada al pie de las escaleras con una bata de dormir. Hace un poco de frío, por lo que trata de cubrirse las partes que quedan al descubierto.

Con el desorden en la sala, imagino que ayer se la pasaron viendo películas sin mí. Hay un cartón de soda en la mesita de centro, mantas y almohadas sobre los sillones y discos regados sobre el DVD. Esperan a que yo no esté para hacerlo, pero no es algo que me sorprenda.

—¿Te preparaste desayuno? —pregunta sorprendida.

—Calenté las alitas que ordenaron ayer en el microondas. Y... me hice un pan tostado con mantequilla.

Camina hacia la cocina y su quijada se deforma. Tal vez hice un desorden, pero vamos, soy como un zombie a estas horas de la mañana.

Antes de pisar el umbral, me detengo cerca de la ventana que está del lado derecho de la puerta, que la adorna una "planta". Ha estado ahí desde hace mucho y la veo en las mismas condiciones: débil y pequeña. No crece.

—¿Cuándo fue la última vez que regaste tu planta? —le cuestiono, al ver cómo las hojas de su orquídea se han marchitado y el tallo está más arrugado que una pasa.

—No tiene mucho... —dice con cierta culpa—. El mes pasado. Se me olvida, ¿sí?

Mi madre se queja de que ninguna de las plantas que compra se le logran, incluso los cactus se le marchitan. Y bueno, no la culpo, ¿de dónde iba a sacar yo lo olvidadiza? Pero su amor por la naturaleza ha incrementado este último año, pues hizo una pequeña marcha con los vecinos cuando cortaron un roble que llevaba más de mil años adornando nuestra cuadra, se podría decir que ya era parte de la historia. Se preocupa por la naturaleza, aunque en sus manos esté perdida.

—La señora Hanes me obsequió un cerezo. Planeo plantarlo en la jardinera de la entrada, ¿cómo ves?

—La jardinera sólo está llena de tierra y hierba, creo que es buena idea.

—¿Me ayudas cuando vuelvas del colegio?

—No se me da eso —respondo con indiferencia.

(...)

—¿Por qué tardaste tanto en venir al salón? Te he visto veinte minutos antes entrando energizada, con toda la actitud —me pregunta Adrien.

Se estaba burlando, sí.

—Es que tengo varias paradas. Primero paso por mi vitamina, mi barrita de fresa; luego, me gusta pasar por la sala de maestros y reírme un poco. Es por eso que tardo un poco a veces.

Lois llega por la espalda de su amigo, y se recarga en su hombro.

—En la secretaría están dando el cárdex de este semestre. ¿Ya fuiste por el tuyo? —agita el papel en mis narices.

—No, pero ahora voy.

—Tendrás que esperar porque el profesor está en la esquina hablando con el director.

Me encojo de hombros.

—¿Eso qué? Tampoco me va a llevar dos horas ir y regresar.

Imaginaba a más personas en la secretaría, pero únicamente está la encargada.

Ahora entiendo porque al director le gusta tanto venir.

En uno de los escritorios está una pila de papeles al lado de una impresora. A mano derecha está la secretaria, la que causa mucho revuelo. Me acerco y empiezo a repasar cada uno para dar con el mío. Pero la secretaria me gana y se planta delante de mí:

—¿Qué buscas?

—Mis papeles.

Me da la espalda sin decir nada y empieza a hacerlo por mí con sus uñas postizas, preguntándome con anticipación mi nombre.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora