Capítulo 20

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—¿Y bien? —le digo, exasperada. Estar encerrada en un mismo cuarto con el director, con olor a libros y muebles viejos, me asfixia.

Desde hace cinco minutos que llegue, no puede ir al grano.

Se ajusta los lentes, sin antes echarme un vistazo. Minimiza las pestañas que tiene en su computadora y se cruza de brazos, recargado en el respaldo de su silla.

—Como ya sabe, habrá una venta de postres hecha por los alumnos de último año, lo cual la incluye a usted. Hasta ahora, estoy informado de que su madre no ha participado en ningún evento, por lo tanto, es obligatorio que en esta ocasión su madre colabore con los demás padres de familia costeando los gastos.

—¿Nos beneficia en algo?

—Cubre los gastos de mantenimiento de las instalaciones —dice, en automático.

—Haré un recuento de todas las fallas que ha prometido arreglar desde el último evento que hizo: hay una fuga de agua en el baño de mujeres, nunca hay papel higiénico, la pintura de las paredes está percudida y dañada por la humedad. Desde la última vez que usted hizo una "recaudación", no he visto los resultados.

—Le recuerdo que está estrictamente prohibido teñirse el cabello, y menos con un espantoso color como el suyo. Soy el director, así que puedo decidir darle una sanción o expulsarla. Así que le agradecería que guarde silencio y acate las órdenes.

¿Me estaba amenazando? Sí.

—¿Director? Por favor, no presuma tanto. —le digo en cara, molesta por faltarme al respeto.

Me levanto de golpe, causando un ruido casi ensordecedor con el rechinar de la silla. Cierro la puerta sin cuidado y camino directo al salón, furiosa.

Presumía tanto de un título como si en verdad fuera merecedor de él. Cuando

De inmediato perciben que algo no anda bien, así que me doy el lujo de contarles todo lo que pasó adentro de la dirección. Lois al principio no me cree, y es que ellos tienen un concepto muy equivocado de él.

A ellos también les toca participar en la venta de postres. Así que decidimos unirnos para hacer unos panquecillos y repartirnos los gastos y el trabajo. Se supone que los padres de familia son los encargados del presupuesto, pero con nuestros padres trabajando, no tenemos tiempo de decirles nada para mañana.

—¿Lois estará en nuestro equipo? —se queja Adrien, bromeando.

—¿Dudas de mis habilidades culinarias? Mi madre ve todos los días programas de cocina. Y cuando hace postres para vender, la ayudo, a regañadientes, pero lo hago —se defiende Lois.

—Dudo desde que me contaste que tu madre te encargó un pastel en el horno y terminó hecho cenizas —le suelta Adrien.

—Eso, querido amigo, se llama distracción —se defiende Lois.

Mastica la punta de su lápiz, y sube los pies en su mesa de trabajo. A Lois, por otro lado, no le causa problema hablar con nosotros y al mismo tiempo copiar la tarea de Lectura que no hizo, aunque sea el primero en la lista y la clase esté a punto de empezar.

Teníamos ya todo planeado, pero había un detalle, y es que no teníamos algún lugar adecuado para hornearlos.

—Ofrecería mi casa, pero mis hermanos se vuelven insoportables en la tarde —comenta Lois.

—¿Te unes, Dean? —le pregunta Adrien, lanzándole una bolita de papel para llamar su atención.

Él está sentado en su lugar, escribiendo algunas notas en el libro que sostiene con ambas manos. Su título es El gran Gatsby.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora