Capítulo 5

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—Ayer me apliqué una mascarilla, pero aun así no desaparecieron—una morena se queja.

Está acompañada de un chico, que la tiene atrapada en sus piernas y que juguetea con su cabello.

—Sin ofender, pero te ves más linda sin ellos. Se ven terribles mi amor.

Sin poder callarme, voy directo hacia donde está el idiota que se atrevió a decirle eso a la que supongo, es su novia. No es de mi incumbencia, pero alguien debe de quitarle ese gran ego varonil y toda la demás mierda que tiene en la cabeza.

—¿Te causa mucho problema que tenga granos en la cara? —el chico se queda pasmado ante mi inesperada aparición—. Todo el mundo tiene granos, ¡por favor! ¿Acaso no te has visto los que tienes en el trasero?

Satisfecha con mi reclamo del día, me dirijo hacia el pasillo. Tendría que estar en química, pero como es de esperarse, no tengo las ganas de escuchar parlotear al profesor bigotón. Selecciono un árbol que está en el área verde, junto a la portería de futbol. Pequeñas gotas de lluvia caen, humedeciendo el pasto. Las ramas del árbol me atajan. Empujo mi mochila con los pies para que no se moje y recargo mi cabeza en el tronco del árbol.

Meg tendrá que quedarse todo el día en la universidad, tienen un proyecto importante según su excusa, pero yo creo que se enredará con su nueva aventura. Sin contar con Meg, significa que tendré que gastar parte de lo que me dio Max para pedir comida a domicilio. En alguna ocasión intenté saciar mi hambre con galletas y atún, para no tener que prepararme algo que fuese laborioso, pero fue pésima idea y llegó la consecuencia por la noche. Me retorcí toda la noche porque mi estómago crujía del hambre.

—¿Qué haces?

Me sobresalto. Adrien está recargado en el tronco del árbol y me mira desde arriba.

—Pensando.

Chasquea la lengua.

—Iremos a la cafetería que está cruzando la calle, al lado de tu casa —me informa—. A Lois le pareció buena idea invitarte.

—¿Por qué me invitarían?

—Lo siento. Se me olvidaba que no estás acostumbrada a un buen trato y amabilidad.

Rio falsamente.

—¿Se irán justo ahora? —inquiero.

No tengo nada importante que hacer en mi casa. Estar en total soledad, a veces, con este clima tan apagado, hace que mi mente cree hilos de pensamientos que parecen nunca acabarse. Es como los vagones de una montaña rusa al descender.

—Sí, ya no tenemos clase. Puedes alcanzarnos, ¿tienes ecología a la siguiente, no?

Niego con la cabeza.

—No entraré —le resto importancia.

De un salto me pongo de pie y recojo mi mochila velozmente.

—¿Eso quiere decir que sí vendrás con nosotros?

—Sí, qué más da.

Lois nos espera impaciente afuera del salón de computación. En cuanto me ve, ensancha una sonrisa.

—Estaba seguro de que no ibas a aceptar.

—Me debes un bocadillo de la cafetería —declara Adrien al castaño.

¿Apostaron sobre mí? Genial.

—Le dije a Dean que nos esperara en la entrada. Iba ocupado hablando con alguien más.

—¿Y Rose te habló hoy? —le pregunta Adrien.

—Compartimos la mayoría de clases, ¡por supuesto que me habló! —se emociona—. Me puse nervioso al principio, espero que no haya fracasado y vuelva a hablarme.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora