Capítulo 24

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Lo primero que hago al despertar es ir a la farmacia a comprar un tinte de color café. El sol apenas aparece en el horizonte y el rocío de la mañana lo acompaña. A partir de hoy volvería a mi cabello normal. A partir de hoy, cambiaría todo lo que había pasado en días anteriores.

Me encierro en el baño sin tener a alguien vigilando, pues mi madre se encuentra en su recámara acomodando su dispensador de agua que encargó por paquetería para no tener que levantarse a media noche por un vaso de agua a la cocina.

Acomodo todos los materiales sobre la tapa del inodoro y abro la diminuta ventana para que el olor a tinte no se concentre. El baño huele a canela y manzana, como todos los días, y eso se debe a que mi madre se niega a cambiar el aroma.

Minutos más tarde, dejo de untar el tinte en mi cabello y me echo un vistazo en el espejo. Mi cabello está húmedo y las puntas algo maltratado. Aquel azul desaparecía y junto con él sentía que también yo.

Esta no era la verdadera azul. Y me refiero a que con el cabello azul, al mirarme, me sentía yo en su totalidad.

Espero los minutos necesarios para que el tinte funcione y en ese tiempo, hago una recapitulación de los últimos meses de mi vida. Odiando a mi padre, conociendo a los chicos, intercambiando miradas con Dean, enamorándome de él.

Suspiro pesadamente y enjuago mi cabello en el lavamanos para finalmente secarlo con una toalla. Me lo sacudo para pasarle la secadora y poder alistarme. Una vez en el baño, aprovecho para lavarme los dientes y lavarme la cara, pero unos toques en la puerta me impiden hacerlo a mis anchas.

—Necesito bañarme —gruñe mi hermana desde el otro lado de la puerta.

Aunque no quiero admitirlo, el color tiene mucho que ver con todo tu aspecto. Incluso mi piel cambiaba de tono.

—Ya voy —gruño y cierro la llave.

En la planta baja, mi madre me intercepta de inmediato. Se cubre la boca con asombro y una enorme sonrisa sale a relucir en sus labios rojo intenso.

—¡Mi hija volvió! —me halaga mi madre—. El castaño es precioso cariño. Mírate, estás hermosa.

Le doy por su lado y dejo que me toqueteé el cabello, entusiasmada.

—Hoy empiezo a trabajar —le digo, sin ganas.

—¿Y dónde está ese ánimo? Te dejé en la mesa una bolsa de pan. Adentro está un bagget de jamón para que no te vayas con la panza vacía.

—Mejor lo dejo. Así me desmayo en el camino y me regresan a casa.

—Ni lo digas —me pellizca las mejillas—. Dame una sonrisa, ¿sí? Da una buena impresión a los clientes.

Iba a trabajar, no a agradar a nadie.

Tomo el autobús con unos minutos de retraso. El chófer trae un disco de los años 90,s sonando y algunas personas tararean en voz baja las canciones. Creo que la única joven soy yo, así que me dedico a ignorar al bebé del asiento de adelante que me saca la lengua.

Se supone que la persona a la que vería sería a lamdueña, en cambio, me recibe una chica como de veinte años. Es china y de piel apiñonada y por alguna loca razón me recuerda a una Bratz.

Me da mi uniforme doblado cuidadosamente y cuando lo extiendo, no puedo contenerme y pongo mi peor cara. Es una playera mostaza junto con un delantal blanco con el logo. Se ríe de mí y a continuación me entrega una gorra idéntica a la que porta. Lleva una abeja bordada.

—La jefa no pudo venir pero me hablo sobre ti. Bienvenida—me sonríe de oreja a oreja y me enseña el reglamento del negocio—. Abrimos normalmente a las diez. Si llegas tarde, aunque sea por un minuto, te lo descontarán de tu sueldo. Hoy te la paso porque es tu primer día. Mi trabajo será preparar las crepas y tú los helados. Mira, te explico.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora