Capítulo 7

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El cumpleaños de Max es hoy. La celebración que preparó con tanto esfuerzo su querida mujer. Me pregunto si será en grande o en verdad será algo insignificante como dicen. Si Briana contrata a chefs para que hagan el banquete sería un buen motivo para ir, sin embargo, hay otros motivos que logran ganar y detienen esa ansia. La única vez que pise su casa fue cuando Max nos invitó a cenar en su renovado y lujoso hogar, luego de que estuviese por dos meses en remodelación. Es una extensión enorme, no tanto por la construcción, sino por toda el área verde. Ahí es donde organizan todos sus eventos sociales. Max es el ser más sociable que conozco. Cuando era pequeña e íbamos de paseo, en cada calle que cruzábamos ya había saludado a veinte personas. Tiene amigos en todas partes, en su trabajo, en el gimnasio, en su equipo de baloncesto y en infinidad de lugares. Es irónico, porque yo soy todo lo contrario a él. Si se lo presentara a alguien, no me creerían que alguna vez fue mi padre.

Avanza la clase con el de Ecología con el anciano que faltó ayer y que mágicamente apareció hoy excusándose de haber tenido un incidente mientras venía al colegio. Es una barbaridad, pero claro, no iba a confesar que se quedó dormido ante su entrañable amigo el director. Se ha llegado a sospechar que puede haber algo entre los dos, pues no se despegan nunca. Se la pasa lamiendo los zapatos del director. En fin, al pasar por mi lugar se fijó en mi muñeca, que fue lastimada mientras preparaba el desayuno esta mañana. Al querer cortar las orillas del pan que me desagradan, me hice un ligero corte. El anciano me cogió la muñeca con descaro y estuve a nada de darle la bofetada que se merecía. Convirtió una simple cortada en algo grave y fue como idiota a acusarme a la dirección. Fue una problemática tan grande que me dieron una cita con la psicóloga. La psicóloga tiene problemas mayores que resolver en su propia vida que las personas con las que tiene que lidiar. Se separó de su marido y ahora vive en casa de sus padres con sus dos hijos.

Me planto frente al aula de la psicóloga. Parece que al otro lado está atendiendo a alguien más por los murmullos. El de Ecología no me pierde de vista, se ha asegurado de seguirme hasta aquí para asegurarse de que lo haga. ¿El ruco piensa que en verdad entraré ahí, contaré mi vida personal, y contestaré todas las absurdas preguntas que me hagan? Ya me conoce bien y sabe que me escaparé.

En mis delirios, la psicóloga abre la puerta y le da paso a un chico que reconozco.

¿Qué hacía él ahí?

Despego la mirada de Dean y la mujer me dedica un gesto, invitándome a pasar.

—Oh, no. Lo siento —niego con la cabeza, disimulando.

—¿No vienes a sesión? —me pregunta, confundida.

—No, lo..., lo esperaba a él. —me refiero a Dean.

Me libro de la situación y la mujer se adentra al saón para atender a otro chico que coincidió conmigo mientras esperaba a que el profesor de ecología se cansara de vigilarme.

—No vienes a buscarme. ¿Qué haces aquí?

Vaya, pero qué directo.

Dudo entre decirle la verdad o simplemente ignorarlo.

—El anciano de Ecología cree que me autolesiono —digo por fin.

Arruga las cejas, como si no me creyera.

—Me corté, pero fue intencionalmente —confieso.

—¿Estás segura? —me pregunta, dudando de mí.

Aprieto los labios, molesta.

—Jamás haría eso.

—Bien.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora