—¿Me das permiso? —articula Grace, sintiéndose echa de porcelana.
Me quito, para no seguir martirizando a mis oídos con ese tonito de voz tan chillón y fresa. Sí que tenía claro qué influencia podría tener con el hecho de ser hija del director.
El lugar en donde sería la venta de recaudación es en la cancha de baloncesto. Hay una enorme bocina justo en medio y las mesas acomodadas forman un rectángulo. Cada dueño se encarga de arreglar su lugar que le corresponde. He venido en representación de los otros y solo he colocado una manta a cuadros que encontré en uno de los cajones de la cocina.
—¡Ah! ¿Tú eres Azul, cierto? —Grace me mira de reojo, acomodando unas guirnaldas en su mesa.
—Ajá.
Le doy la espalda, acomodando la canasta en donde estarán los panquecillos. Se me hacen raras sus intenciones y su manera de hablarme, así que me apuro para irme rápido. No es que ella me caiga mal, bueno, puede ser que esté juzgando al libro por su portada, pero la manera de buscar provecho siempre de su poder en el colegio es detestable.
—¿Qué venderán ustedes?
—Panquecillos de chocolate —respondo por cortesía.
Una pelirroja se une, y me imagino que debe ser su amiga. Habían decorado bien su mesa, con un mantel color pastel, cajas tipo Krispy Kreme y exhibidores redondos. Todo rosa, es como si un unicornio hubiese vomitado en su mesa.
—Te imaginaba distinta —Su amiga la pelirroja me recorre de pies a cabeza sin disimulo—. No, no, de hecho, estás tal cual me lo describieron. Aún no encuentro el parecido con tu hermana, Meg Davis. Escuché que ella va en la universidad del Este.
Me sonríe y sé que de personas como ella debo cuidarme.
¿Cómo sabía sobre Meg? Siempre evitábamos hablar acerca de la otra, más por pena que por otra cosa.
—Llevas una vida complicada supongo. Ahora entiendo por qué Dean y los demás se compadecieron de esta alma caritativa —Su cara muestra total fastidio, señalándome como si fuese un pedazo de popó aplastado en el suelo.
—Para ya. Mejor ayúdame a desempacar esto —le dice su amiga a sus espaldas, quien intenta jalarla de la manga del suéter.
—¿Vida complicada? No lo creo —respondo firmemente—Y no, no necesito que nadie se compadezca de mí. Si ellos me han soportado es porque... —me quedo sin argumento y ella toma la palabra.
—Te veían tan solitaria que bueno, el resto es historia —me suelta tan fríamente que me hace pensar que ha salido de una de esas series de colegio, en donde los personajes son tan frívolos que asustan—. ¿Piensas que siendo indiferente y haciéndote la interesante vas a atraer la atención de todos?
—Estás equivocada —le digo.
—Bueno, eso se rumora, además de otras cosas, como que les estás dando algo más —La pelirroja mira con complicidad a su amiga y se ríe por lo bajo.
Qué mierda acabo de escuchar.
—¿Sabes cuántas veces Dean nos ha dicho la falta de amor que tienes? Con eso te excusa todo el tiempo. Él es tan bueno que te siguió hablando por lástima aunque le cayeras mal.
Bueno, ¿por qué carajo estoy tomándome el tiempo de escucharla?
Acomodo el último panquecillo y lucho por no aventarle uno en la cara. Me merecía un aplauso por el esfuerzo que estaba haciendo al controlarme. Si fuera Azul de quince años, ya estaría en la dirección esperando mi reporte por alterar el orden público.
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Azul, museo de desastres naturales
Teen FictionSi algo define a Azul Davis es su sarcasmo y su alma libre. Su familia no es el prototipo ideal, pero hacen el intento por mantenerla unida. Parece querer acabar el colegio de una mordida, pero lo que nunca imaginó surge en el último año, cuando con...