Capítulo 9

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¡Sí, un ocho!

Masco el chicle de menta que tengo en la boca. Saqué ocho en el ensayo que hice ayer. Mi habilidad para improvisar me salvó el pellejo. Está lejos de ser una calificación perfecta, pero prefiero sumar algo que haber reprobado.

Desde el escritorio, puedo sentir el reclamo del profesor diciendo: "Está prohibido masticar chicle en clase, o lo tiras a la basura o voy y te lo saco de la boca". Las venas se le marcan con intensidad sobre su falta de cabello, que es más radiante que el mismísimo sol.

Un toque en mi espalda hace que rompa la guerra de miradas entre el profesor y yo. Muevo un poco la cabeza, sin voltear.

—¿Qué? —digo.

—¿Tienes un lapicero de sobra que me prestes?

Pregunta un chico moreno de voz ronca, como la de los raperos, pero con facciones de un niño.

Husmeo mi mochila a ciegas para hallar algún lapicero perdido que le pueda prestar. Agarro el objetivo y se lo entrego, sin antes darle una advertencia:

—No es un regalo, así que me lo devuelves cuando termines de ocuparlo.

Asiente y adopta su antigua postura para retomar su escrito.

En Filosofía, Dean da un salto cuando estampo la hoja de papel en su lugar, atrayendo por completo su atención. Por otro lado, la chica de complexión delgada y piel muy bien cuidada con la que Adrien se entretiene, se une a otro grupo de amigas y los deja a mi disposición.

Dean agarra la hoja con ambas manos, analizándola. Sus ojos recorren cada línea.

—¿Sacaste ocho? —me cuestiona, sin la reacción que esperaba.

—Sí, un ocho. Lo sé, no es un diez, pero es mi mejor calificación hasta ahora.

—Pues al parecer el profesor no lo leyó bien y solo puso ese número al azar. Lo has inventado, no tiene coherencia.

—Se llama estrategia —apunto.

—¿Ah, sí? Debes de pasarme esa estrategia, yo soy un novato.

—Un correcto vocabulario y limpieza. El protagonista de todo —declaro—. Lo que toman en cuenta la mayoría de veces: buena letra, correcta ortografía, expresiones adecuadas, palabras formales que convierten por completo la perspectiva del texto. Al conquistar su vista, se ahorran la molestia de leer el demás contenido.

—En el caso de que las cosas sean así, ¿por qué un ocho y no una calificación perfecta?

—Uhm, buena pregunta —digo—. Este profesor es parte de la lista de los que no me tragan. Pudo ser un diez, hasta que leyó mi nombre.

—¿Odiarte? —repite, moviendo la cabeza—. Eso es imaginación tuya.

—Les he dado motivos: 1) no soy una alumna ejemplar y 2) si algo no me parece, se los hago saber sin morderme la lengua.

Adrien aprovecha el tiempo para avanzar en su tarea de Estadística, lo único que veía eran palitos y numeritos en cada línea de su cuaderno. Estadística y yo éramos incompatibles.

—¿Le entiendes? —hablo en torno a los garabatos que anota con agilidad, sacando la lengua ligeramente, concentrado.

—Sí, es cuestión de concentración.

Si bueno, de ninguna manera posible en el planeta iba a aplastarme en una silla, despejar mi mente y tratar de resolver los ejercicios.

—¿Me harías los ejercicios?

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora