Capítulo 8

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La hoja de papel continúa sobre mi mesa al mismo tiempo que juego con mi lápiz y muerdo la parte de la goma tratando de recordar algún fragmento de lo que leí en el libro de Historia o algo de lo que el profesor explicó en la clase anterior.

Bah, no leí ningún fragmento, ni siquiera una palabra, ni siquiera una letra. El bigote del profesor me resultaba lo más curioso de la clase.

Quizás, si hubiese estudiado...

A quién engaño, aunque dependiera de ello, jamás lo haría.

De reojo, sin que se dé cuenta el profesor, que se asemeja a un policía vigilando por cada mínimo rincón para que nadie tenga la oportunidad de copiar o sacar su acordeón, le doy un vistazo a la hoja del que tengo al lado. La punta del lápiz se mueve con agilidad sobre la hoja y mis ojos se abren de par en par al ver que está a punto de llenar la cuartilla, a pesar de que su letra es pequeña y no respeta los espacios.

Vaya, qué cerebro.

Vuelvo a lo mío. Mi situación empeora. Comparándonos, estoy frita. Solo llevo dos renglones con la letra más grande que pude hacer.

¿Qué tan difícil sería echarle un rollo?

Aprieto el lápiz con fuerza y conforme las ideas fluyen, lo transcribo agregando palabras que me hacen parecer toda una persona educada y culta que lee mucho, como alguien que se la pasó estudiando e inclusive se desveló reafirmando el tema para aprenderlo al derecho y al revés.

—En cinco minutos recojo exámenes —declara, aclarando su garganta.

Levanto la mano para protestar. Debe darme otros diez para lograr terminarlo.

—La clase acaba en veinte minutos. Es injusto. Lo entregaré cuando sean las once en punto. Llegó con diez minutos de retraso por quedarse a platicar a sus anchas con la secretaria, así que debe darnos una compensación.

Le disgusta mi comentario, lo percibo.

—Es mi clase. Se abstiene a mis órdenes o le recojo la hoja y se queda sin calificación —declara, con superioridad.

Me recorren las ganas de aventarle el lápiz con tanta fuerza para ganarme de verdad un castigo. Suspiro pesadamente y mi estómago se pone duro como una roca.

Acabo el ensayo en menos de lo que esperaba. Se lo entrego con tanta seguridad que en seguida su sonrisa de grandeza se va por un caño.

—Me imagino que estudió mucho. Es la segunda persona en entregarlo —me dice, y no logro descubrir sus intenciones.

—Por supuesto —le afirmo y le regalo una sonrisa de satisfacción.

Salgo a toda prisa antes de que comience a revisar los ensayos.

Lo dejaré con la boca abierta.

Como si me hubiese puesto de acuerdo, salgo al mismo tiempo que un Adrien con aire de despreocupado, que va a paso de una persona de la tercera edad y sin rumbo fijo. De seguro no tiene clase. Algo se me hizo raro, y es que ninguno de sus fieles amigos iba con él.

—Cuidado, no te vayas a tropezar con esa velocidad —le digo.

Mi sarcasmo era una manera de saludar.

—Ya, no te burles. ¿Cómo es que saliste antes?

—Terminé rápido.

—A mí me han dejado afuera. Fui a sacar copias a la papelería, pero la chica es parlanchina y me enredó con sus malos chistes. Me retrasó y ya no me dejó entrar.

Azul, museo de desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora