𝐗𝐈𝐗

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Megara.

Hasta que se topó con la estatua explosiva, Megara creía que estaba preparada para cualquier cosa.

Se había paseado por la cubierta de su buque de guerra volador, el Argo II, comprobando una y otra vez las ballestas escorpión para asegurarse de que tenían el seguro puesto. Confirmó que la bandera blanca que indicaba que venían en son de paz ondeaba en el mástil. Repasó el plan con el resto de la tripulación... y el plan de emergencia, y el plan de emergencia del plan de emergencia que Annabeth había hecho, su mejor amiga estaba tan nerviosa como ella a su lado.

Megara podría decirlo hasta con los ojos vendados, el mirar una y otra vez sobre su hombro, el movimiento de sus dedos constantemente, sobre la empuñadura de su daga, como mordió su labio y su dedo pulgar, todo era síntomas de estrés, y se ponía peor en alguien con TDH.

Todo parecía marchar según el plan, todos ocupados en sus asuntos.

Y lo más importante, se llevó a su belicoso guardián, el sátiro Gleeson Hedge, y lo animó a que se tomara la mañana libre y se quedara en su camarote viendo reposiciones de campeonatos de artes marciales. Lo que menos necesitaban, volando en un trirreme griego mágico con rumbo a un campamento romano posiblemente hostil, era un sátiro de mediana edad vestido con ropa de deporte blandiendo una porra y gritando:

«¡Muerte!»."

Todo parecía en orden. Incluso el misterioso frío que llevaba notando desde que el barco había zarpado había desaparecido, al menos de momento.

El buque de guerra descendía entre las nubes, pero Megara no podía evitar darle vueltas al asunto. ¿Y si era mala idea? ¿Y si a los romanos les entraba pánico y les atacaban al verlos?

Desde luego el Argo II no parecía amistoso. Tenía sesenta metros de eslora, con el casco revestido de bronce, ballestas de repetición montadas en proa y popa, un llameante dragón metálico a modo de mascarón de proa y dos ballestas giratorias en medio del barco que podían disparar proyectiles explosivos capaces de atravesar hormigón... Tal vez no fuera el medio de transporte más adecuado para saludar a los vecinos.

Megara había tratado de avisar a los romanos, le había pedido a Annabeth y Leo que se ocupasen, así que estos enviaron uno de sus inventos especiales —un pergamino holográfico— para advertir a sus amigos del campamento. Esperaba que hubieran recibido el mensaje. Leo había querido pintar un mensaje gigantesco en el fondo del casco —¿QUÉ TAL?, con una cara sonriente—, pero Annabeth había rechazado la idea.

Y ella le apoyo en ello. No estaba segura de que los romanos tuvieran sentido del humor.

Ya era demasiado tarde para volverse atrás.

Las nubes se separaron y dejaron a la vista el manto dorado y verde de las colinas de Oakland debajo de ellos. Annabeth cogió uno de los escudos de bronce alineados a lo largo del pasamanos de estribor, mientras ella se quedo a su lado, vestida con su armamento griego, su espada en la vaina de su cintura, y su yelmo en su cabeza, Egida seguía en su brazalete ordinario de plata en su muñeca, y su cabello estaba suelto bajo el casco de batalla obsidiana, y hierro estigio.

Su ropa bajo esto era normal, oscura como siempre, lo único que resalto verdaderamente fue su camiseta naranja del campamento que llegaba hasta la mitad de su abdomen, esta vez llevaba mallas de red negras con una falda volada de cuero negra, botas de combate negras hasta sus rodillas, y algunas cadenas de plata que cayeron por esta dandole ese aire gótico.

𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 𝐂𝐎𝐃𝐒©── ᴊᴀsᴏɴ ɢʀᴇᴄᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora