𝐗𝐗𝐕𝐈

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Annabeth.

Después de su no tan agradable charla con Afrodita, Annabeth estaba segura de cada vez mas entender porque la diosa del amor y su mejor amiga se detestaban mucho.

Quizás por eso Megara decidió ir con los chicos, tal vez incluso por la breve descripción de Jason o algo que ella no vio, Megara había descifrado que siempre se trato de Afrodita, aun así, agradeció que Megara no estuviera con ella, sabia lo mucho que esta y la diosa no se toleraban, y eso seguro había terminado en una pelea, así que al menos eso se evito.

Aun así, las palabras de la diosa no le dieron calma alguna, solo mas miedo y preocupaciones.

Por ello al volver al barco estaba tan distraída, como para darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

No llegaron al barco.

A mitad del muelle, tres águilas gigantes descendieron delante de ellas. Cada una de las aves depositó un comando romano compuesto por campistas vestidos con tejanos y camiseta morada y equipados con una reluciente armadura de oro, una espada y un escudo. Las águilas alzaron el vuelo, y el romano del centro, que era más flaco que los demás, levantó su visera.

—¡Rendíos a Roma! —gritó Octavio.

Hazel desenfundó su espada de la caballería y masculló:

—Ni soñarlo, Octavio.

Annabeth soltó un juramento entre dientes. Si el delgado augur hubiera estado solo, no le habría preocupado lo más mínimo, pero los otros dos chicos parecían guerreros curtidos: mucho más grandes y más fuertes de lo que Annabeth deseaba, sobre todo considerando que las únicas armas de las que Piper y ella disponían eran unas dagas. Quizás allí se lamento no tener a Megara entre ellas, se ocuparía rápido de esos tres sin siquiera mover un dedo.

Piper levantó las manos en un gesto apaciguador.

—Octavio, lo que pasó en el campamento fue una trampa. Podemos explicarlo.

—¡No te oigo! —gritó Octavio—. Tengo cera en los oídos. Es el procedimiento habitual cuando se lucha contra sirenas malvadas. Y ahora tirad las armas y daos la vuelta despacio para que pueda ataros las manos.

—Dejad que lo atraviese —murmuró Hazel—. Por favor.

El barco estaba a solo cincuenta metros de distancia, pero Annabeth no veía ninguna señal del entrenador Hedge en la cubierta. Probablemente estuviera abajo, viendo sus estúpidos programas de artes marciales. El grupo de Megara no tenía previsto llegar hasta que se pusiera el sol, y Percy estaría bajo el agua, ajeno a la invasión. Si Annabeth pudiera subir a bordo, usaría las ballestas, pero no había forma de escapar de los romanos.

Se le estaba acabando el tiempo.

Las águilas daban vueltas en lo alto, chillando como si estuvieran avisando a sus hermanas: «¡Eh, aquí hay unos sabrosos semidioses griegos!». Annabeth ya no veía el carro volador, pero dio por sentado que estaba cerca. Tenía que pensar algo antes de que llegaran más romanos.

Necesitaba ayuda, alguna señal de socorro dirigida al entrenador Hedge o, mejor aún, a Percy.

—¿Y bien? —preguntó Octavio.

𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 𝐂𝐎𝐃𝐒©── ᴊᴀsᴏɴ ɢʀᴇᴄᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora