Capítulo 02

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Hoy es 23 de septiembre. Del mismo año, pero igual debería darme vergüenza. Ya para esta altura el hotel lo reconstruyeron tres veces, a vos te echaron del laburo y la hija de Candela cumplió cinco años. Pero, por suerte, el tiempo del relato nunca es el tiempo del narrador así que podemos seguir jugando.

Después de un par de semanas, Eugenia decide acatar la idea de su tía Mercedes y los invita a visitar el hotel que su madre le dejó como herencia. Por fuera es una simple puerta de madera gastada que deja lucir un montón de años. Entran por un pasillo ni tan ancho ni tan angosto, pero suficiente para que dos caminen adelante y otros dos atrás. Las baldosas son cuadradas con dibujos de rombos negros y les recuerda al patio de la abuela. Pero cuando llegan al patio central de la casa chorizo, dícese hotel, se encuentran con un lugar muy diferente al que se habían imaginado. En la planta baja hay dos habitaciones: una en perpendicular a la cocina y otra bajo la escalera, a la misma altura del baño. El primer piso es abalconado porque tiene barrotes y hay cinco habitaciones: dos dan al pulmón de la manzana, las dos laterales chocan con el baldío de al lado y la última tiene una ventana grande que da a la calle. Pero cada sector de la casa tiene como núcleo de unión el patio interno. Vos pensaste dos cosas: qué buen ojo tenía la tía para decorar y quién carajo va a limpiar semejante casa. Pero los cuatro coincidieron en algo: que bueno sería vivir acá sin tener que pagar un alquiler. Y como somos una generación que espera constantemente heredar hasta un local para vestirlo con una cortina convirtiéndolo en un monoambiente porque puede costarnos horrores acceder a una vivienda, aceptan quedarse.

―Che, yo no tengo mucho tiempo para esto, tengo que volver al canal ―avisas mientras arrastras un perchero de madera en el que cuelgan sombreros, bufandas y carteras.

―Ponelo en mi habitación ―Candela está en el medio del patio con una libreta en mano y le señala el cuarto que está debajo de la escalera. Su panza la usa como mesa y va tachando en la libreta cada nuevo mueble que entran.

―Dijimos que íbamos a tomarnos el día para terminar con la mudanza ―Eugenia sale de la cocina con un pañuelo atado en la cabeza y limpiándose las manos engrasadas con un trapo húmedo.

―También dije que quería cambiar de trabajo y acá estoy buscando un ascenso ―respondés y empujas el perchero adentro del cuarto de tu hermana. Choca con una bolsa de consorcio y cae torcido contra el marco de la puerta―. Vuelvo en un rato y seguimos. ¡Agus! ―gritas y levantas la cabeza.

―¡Qué! ―y quince segundos después asoma medio cuerpo por el balcón del primer piso. Con una mano cubre el celular por el que está hablando.

―¿Me prestás el auto?

―No es mío. Es el de Camila.

―Ya sabemos que no tenés auto ―remarcas―. Pero necesito que me lo prestes porque estoy llegando tarde al laburo.

―Y preguntale a Camila.

―Es tu novia, preguntale vos.

―Esperá que primero arreglo un asuntito acá ―y cabecea hacia el teléfono―. Porque se ve que no solo las novias son celosas, sino también los amigos.

―Yo también estaría enojada si mi compañero de vivienda se muda de repente y me deja sola pagando un alquiler completo ―opina Candela que ahora hace garabatos en la hoja. Agustín sacude una mano en el aire porque no quiere más opiniones y vuelve a desaparecer.

―¿Dicen que Camila se va a enojar si me llevo su auto sin pedírselo? ―les consultas. Candela sube los hombros totalmente desinteresada por los sentimientos de su cuñada y Eugenia regresa de la cocina con las llaves del auto que Agustín había dejado en la mesa.

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