―¡NO! ―Agustín grita y cierra la puerta de su cuarto para huir de ustedes que quedan atrapadas en la habitación. Te acaricias la nariz porque la madera te rozó y después abrís para perseguirlo a la par de Eugenia y Candela que carga a Roma en el fular.
―¡Pero que te cuesta! ―y trotas por el pasillo para alcanzarlo en las escaleras que él ya está bajando de a dos escalones―. No estamos diciendo que no te lo vamos a devolver, pero nos conviene pagarlo en cuotas.
―No pienso dejar mi tarjeta en sus manos.
―¿Pretendés pagar cuatro viajes de ida y vuelta de una? ―Eugenia lo ataca y te esquiva para alcanzarlo y colgarse de sus hombros.
―Que cada una se encargue de su pasaje ―determina y llega al patio. Con un movimiento de mano le indica a Tormenta que se levante para que lo siga.
―Acabas de decirnos que no podés pagar el tuyo y tampoco esperes que alguna te lo pague ―Candela se anticipa.
―Entonces que vaya sola a Entre Ríos.
―Ay, qué malo ―Eugenia le da un golpe en el brazo―. Dijiste que ibas a acompañarme y pienso que es importante que estemos todos. Además, no quiero ir sola.
―Busquemos otra manera de viajar, pero no usando mi tarjeta que con suerte puedo usarla para comprarme una cosa cada seis meses ―de debajo de la alacena saca la bolsa de comida de Tormenta y el perro le alcanza el plato de lata.
―¿Cuántas otras maneras tenemos de viajar hasta Entre Ríos? ―cuestionas no encontrando más de una solución y te sentás en una silla, frente a la mesa. Hay un pensamiento que los tres parecen coordinar rápidamente y te miran como si tuvieras la respuesta. Te lleva alrededor de diez segundos deducirlo―. No, ni se les ocurra. Ni en pedo.
―Es la única persona que tiene auto y nos va a salir más barato pagarle la nafta que pagar los cuatro viajes ―dice Candela y aleja un poco la cabeza de Roma de su pecho porque vomita la leche que tomó hace quince minutos.
―Usa el auto para trabajar. No le voy a pedir eso, aparte tampoco tengo tanta confianza.
―¿Me estás jodiendo? ―pregunta Eugenia en nombre de todas.
―Eh, bueno, no importa, lo que yo hago o no con el muchacho es asunto mío. No le voy a pedir que nos lleve a todos y tampoco creo que pueda.
―Preguntale ―incita Agustín y deja el plato de comida en el suelo para que Tormenta se alimente―. Si te dice que no, entonces no es la persona indicada.
―Por fa, Lali ―Eugenia se sienta a tu lado y suplica con las manos y un puchero―. Hacelo por mí.
―Está bien ―susurrás y sacás el celular del bolsillo del jean―. Pero no les prometo nada, eh... ―buscás su contacto, lo llamás y apoyas el teléfono en la oreja―. Es una persona muy ocupada, seguramente no pueda.
―Dejá que eso te lo diga él, no supongas ―Candela se queja y se mueve para que Roma se calme y vuelva a dormirse.
―Bueno, solo se los anticipo para que no se ilusionen. Y tampoco deberían hacerse los confianzudos por... hola ―y te interrumpís porque Peter atiende.
―Hola, morocha. ¿Cómo andás?
―Bien. ¿Vos? ¿Estás ocupado?
―Estoy en la ruta yendo a buscar a Chino ―explica con las dos manos al volante, la mirada al frente y el celular en altavoz―. ¿Pasó algo? ¿Ya me extrañas?
―Dejá de creerte el centro del mundo.
―No sé, cada vez que me llamás es porque querés invitarte a casa. Y no es que me esté quejando porque me gusta que vengas... y, dicho sea de paso, quedé un poco dolorido del otro día.

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MAGNETISMO
RomanceEn el juego de atracción, dos polos se rozan, chocan e implosionan en medio de una búsqueda personal. La moraleja es que lo que alguna vez deseamos no termina siendo lo que queremos, hasta que somos capaces de descubrir y atraer lo que realmente nec...