Capítulo 03

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No voy a decir que día es hoy, así que vayamos a la historia. El centro es un caos como la mayoría de sus días y desde el canal no tuvieron la mejor idea que mandarte a cubrir la movilización del Partido Obrero. A vos. Justo hoy que estás en tu segundo día de menstruación, no hay pastilla que logre calmarte el dolor de útero y no alcanzan los tampones para protegerse. Aunque desangrarse en vivo siempre sube el rating, éste no iba a ser el tipo de crimen que todos los espectadores quisieran presenciar mientras desayunan.

Intentas hablar explicando el motivo de la marcha, pero se te dificulta bastante cuando aumentan el sonido de los bombos. Algunos pasan por atrás y te gritan. Otros pasan por adelante y putean a algún periodista con un primer plano. Cuando intentas entrevistar a uno, no podés porque un malón te empuja y cuando encontrás al dirigente de una agrupación, te boludea con las respuestas. Si no tuvieras un micrófono y una cámara enfrente, les refregarías el tampón por la cara y después lo mandarías a la mierda. Mientras tanto te la bancas porque jugar al periodismo también es esto y, aunque te guste la calle, ahora preferís estar en la oficina sufriendo el bullying de Mario y tu jefe. No atendés a lo que te cuenta el muchacho que se acercó a marchar por motus propio porque estás pensando si la audiencia estará notando tu cara de culo. Y no te voy a responder yo, pero puedo responder en nombre de Peter que en éste preciso instante está en el despacho mirando el televisor que cuelga de una pared, sentado en la esquina de una mesa, con los brazos cruzados y una sonrisa cargada de diversión. Así que sí, la audiencia se da cuenta lo mal que la estás pasando.

―¿Siguen ahí? ―Chino entra al despacho con la billetera en mano y vistiendo ropa negra que le queda pintada. Comentario al pasar.

―¿Y adónde querés que vayan?

―Me gustaría que por lo menos dejen Talcahuano libre así puedo volver a casa ―y se tira sobre una de las sillas haciéndola girar. Se frena así mismo agarrándose del borde y cruza las piernas sobre la mesa.

―¿Qué clase de manifestación sería, entonces?

―Dejá de cuestionar todo ―se queja y Peter esboza una risa―. Volví a jugar al Loto, eh.

―¿Otra vez? ―Peter gira medio cuerpo para juzgarlo con la mirada.

―Si no juego, no voy a ganar nunca.

―Si dejaras de jugar todas las semanas, dejarías de gastar dinero que podrías invertir en las cosas que decís que no te alcanza ―y regresa la vista al televisor porque del otro lado alguien gritó y debía chequear que no fuese la movilera.

―Dejá de juntarte con Úrsula, ya hablás como ella.

―Creo que tiene sus razones para no querer tener un novio ludópata. Y como amigo yo también las tengo porque cuando termines de venderle cosas a ella para jugar, vas a venir a vendérmelas a mí ―Peter siempre habla con una media sonrisa, por lo que la mayoría de las veces no sabés si está haciéndolo en serio o te está jodiendo. Pero como Chino ya lo conoce, le hace burla con la boca, totalmente ajeno a su compulsión por el juego.

―El domingo haceme acordar de ver el sorteo. Che, está muy tranquilo hoy el laburo, eh. Amo los miércoles de flojera ―se calza los anteojos negros y cruza los brazos por detrás de la cabeza. Pero no hace más que decir eso, que entra Rocío abrazada a su agenda y con lapicera en mano.

―¿Te diste cuenta que cada vez que decís eso, aparece? ―le pregunta Peter y Chino sonríe ante la broma, no así ella que solo alterna la mirada en ambos.

―Omar tiene una reunión a las dos y media en el tercer piso ―avisa―. También está invitada su mujer, así que tienen que ir a buscarla. A las cinco, ni más ni menos, tiene que estar en el Congreso.

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