Capítulo 23

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Que a qué hora podés estar el lunes, que tiene que ser temprano porque hay mucho trabajo, que hay que responder e-mails del sector de producción, que hay nuevos programas que sumar a la grilla, que tenés que ayudar a Rodrigo con una planilla que no logra entender, que el martes vas a tener que madrugar porque hay movilizaciones y seguramente tengas que estar en el Congreso desde las cinco de la mañana, que no te olvides de hacer esto, aquello y lo otro. La cantidad de mensajes que llueven en los chats es tan indescriptible que no terminás de leer uno que ya aparece otro. Y lo más bizarro ―por no decir perjudicial― es que son la una menos cuarto de la madrugada y ningún mortal recibe órdenes laborales cuando su turno terminó ocho horas antes. El agua caliente de la piscina climatizada no colabora con el calor corporal que experimentas ante el enojo. También te empieza a doler la panza y borras un montón de posibles oraciones que no llegan a ser mensajes. Es que tampoco sabes qué responder. Es tal tu desconcierto mezclado con malhumor que ni siquiera escuchas las braceadas que Peter hace de una punta a otra de la piscina. Emerge cuando llega a tu misma línea y camina hasta tu cuerpo. Recién percibís su presencia cuando sentís sus manos en tus hombros que se deslizan a lo largo de la espalda y con un tirón suave desarma el nudo de la parte superior de la bikini.

―¡Qué hacés! ―el celular lo dejas en el suelo y te volteas rápido cruzando un brazo por encima de tus pechos porque no alcanzaste a agarrar la malla. Él retrocede con la tira de la malla presionada con los dientes―. Peter, devolveme.

―¿Ya dejaste el teléfono?

―Sí, está ahí.

―¿Lo vas a volver a agarrar? ―choca la espalda contra el otro lateral y sube los brazos al borde. Tu malla cuelga en el aire por un costado de su boca y te causa gracia.

―No.

―No te creo.

―Entonces no preguntes. Dale, boludo ―te adelantas hasta él. Querés arrancarle la malla, pero mueve rápido la cabeza―. Hay cámaras, no quiero que me vean en bolas.

―Están anuladas porque lo pedí.

―No sé hasta cuánto puedo confiar en tus contactos. Capaz ahora nos están mirando desde la central mientras comen pochoclos y gritan guarangadas.

―Qué mal concepto tenés de mis personas de confianza. Y son todas chicas las del equipo de seguridad, es lo último que van a hacer.

―Ah, claro, entonces aprovechaste a invitar a salir a alguna con la excusa de que te cumpla el favor, ¿no? ―provocas y él esboza una sonrisa de costado―. ¿También las invitas a tu departamento y las llamas morochas en la intimidad?

―Ellas son rubias así que les digo blondas ―te continúa el juego porque puede y te mordés el labio porque te encanta.

―¿Me vas a devolver la malla?

―¿Vas a ponerte a responder mensajes?

―Son del trabajo ―y automáticamente revolea la malla. Queda colgada de la baranda del puente que cruza por encima de la piscina―. ¡Peter!

―No pienso ser relegado por compañeros laborales de cuarta y un jefe maloliente... ―se acuclilla un poco para estar a tu altura y cruza los brazos por debajo de tus rodillas para tenerte más cerca. Eso te obliga a separar los brazos del cuerpo y dejarlos encima de sus hombros, así tu pecho se une al suyo y no queda expuesto.

―Me mandan muchos mensajes ―rozas la nariz con la suya y cerras los ojos porque lo tenés muy cerca―. Tengo que acomodar los horarios de los móviles de la semana y quería ver si me dieron algun espacio en el piso.

―Te están convirtiendo en un robot ―suspirás―. Y por lo menos, en éstos momentos, me gustaría estar con la chica de verdad y no con el robot.

―Sí, ya sé... ―lamentas con pena porque tiene razón. Te separas un poco y deslizas un dedo por su nariz hasta sacarle la gota que cae desde su pelo―. ¿En serio preferís tenerme colgada en vez de devolverme la malla?

MAGNETISMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora