Empezás a abrir los ojos de a poco y te cuesta hallarte en tiempo y espacio. No es que durante la noche te hayas dedicado a madrugar o a emborracharte hasta perder la consciencia, pero a veces cuando dormís mucho perdés algunas nociones. Y el de la ubicación es uno. Se mezcla la realidad con el sueño, pero estás muy segura que no estás en una cabaña en Tulum. Lo que te despierta son las incontrolables ganas de hacer pis y la única razón por la que no podés moverte es que el brazo de Peter cae encima de tu cintura. Es tal su profundidad al dormir que ni siquiera se despierta cuando lo movés, aunque la que más se mueve sos vos intentando girar. Cuando logras dar toda la vuelta para quedar con su cara de frente, exhalas. Es casi como haber asistido a una clase de gimnasia. Pero te agitaste de girar el cuerpo, así que la opción más segura es empezar a hacer algun tipo de ejercicio fuera de los sexuales. Los ojos de él están cerrados y notas que sus párpados a veces tiemblan. Quizás también está soñando. Dudas que sea sobre la estadía en Tulum que vos estabas disfrutando en el tuyo, aunque él también estaba en el mismo lugar. Bueno, él y tus hermanos. Pero ellos no importan. La boca la tiene un poco abierta y cuando le tocas el labio lo notás seco. Recién ahí reacciona y cierra la boca para mojarse los labios con su propia lengua. Y continúa durmiendo. Sonreís y querés acompañarlo en la acción escondiendo la cara en su cuello, pero es tal tu necesidad de querer ir al baño que no podés siquiera concentrarte en cerrar los ojos. Entonces hacés lo que más odias que te hagan: despertarlo.
―Peter... ―susurras. Él no se inmuta―. Eu... ―le tocas la nariz―. Peter, ayuda.
―¿Qué pasó? ―pregunta todavía dormido.
―Me hago pis ―respondés. Esperas un rato y abre los ojos. Pestañea varias veces y sentís una culpa terrible. Pero él se ríe.
―Y andá al baño, morocha. ¿Qué querés que haga?
―Que me sueltes ―y, automáticamente, levanta el brazo―. Gracias ―y te levantas rápido. Ni siquiera buscas una remera, salís así en bombacha y corpiño, y corres por el pasillo hasta cruzar por el cambiador y entrar al baño.
Es tal la desesperación que no alcanzas a cerrar la puerta. Te sentás en el inodoro y expresas el placer de la descarga con una onomatopeya porque ya te estaba empezando a arder la vejiga y cuando llegamos a cierta edad no podemos pretender aguantar tanto porque las molestias no tardan en aparecer y actualmente no estás en condiciones de pedir turno con el médico porque ni siquiera sabes si seguís estando de alta en la obra social. Pero en ese momento en que te quedaste leyendo el prospecto de un shampoo sólido, Peter queda parado debajo del marco de la puerta y golpea dos veces.
―¿Puedo entrar?
―¿A vos qué te parece? ―cuestionas. Dejas el shampoo y desenrollas papel higiénico.
―Permiso, me voy a lavar los dientes ―y entra. Te quedas boquiabierta y lo miras a través del espejo. Él se concentra en poner dentífrico en su cepillo―. ¿Qué?
―Ni siquiera te respondí ―te secas y subís la bombacha―. Es la escena más deserotizante del mundo. Y agradecé que solo fue pis ―presionás el botón y él se ríe cepillándose―. Podrías haber seguido durmiendo, no te desperté para que te levantes ―le decís abriendo la canilla del segundo lavabo para lavarte las manos. Sí, claro, porque tiene dos lavabos.
―Faltaban cinco minutos para que suene el despertador ―y después escupe la pasta. Hace buches, se enjuaga, se seca con una toalla. Y todo lo mirás atenta, como si nunca hubieras sido testigo de una persona lavándose los dientes.
―¿Tenés que entrar temprano?
―No, hoy un poco más tarde porque Omar avisó que va a tomarse más tiempo con la mujer. Creo que van a la iglesia.

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MAGNETISMO
RomanceEn el juego de atracción, dos polos se rozan, chocan e implosionan en medio de una búsqueda personal. La moraleja es que lo que alguna vez deseamos no termina siendo lo que queremos, hasta que somos capaces de descubrir y atraer lo que realmente nec...