Capítulo 15

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Cuando Peter llega al décimo segundo piso y se abre la puerta del ascensor, su cuerpo sufre un espasmo que lo hace saltar y sacudir las manos casi provocando que el celular caiga al suelo. Y por un segundo pensó en la posibilidad de verlo descender por el espacio ancho que hay entre el piso del ascensor y el piso del hall. Pero la razón por la que Peter se asusta es que, siendo casi las once de la noche y ante el silencio y la carencia de movimientos en el edificio, encontrarse a Chino sentado en el suelo, vestido de negro y con una capucha cubriéndole la cabeza no le resulta de lo más ameno para ver.

―¿Qué hacés, boludo?

―¿A dónde carajo estabas? Llevo casi una hora esperándote.

―¿Y pensaste en la posibilidad de entrar a tu casa?

―No, me gusta quedarme sentado en el hall viendo como el ascensor sube y baja veintisiete pisos ―extiende un brazo y Peter le toma la mano para ayudarlo a levantar―. Dejó de funcionar el tablero, me rechaza la clave y Úrsula está atrasada volviendo de la facultad.

―No te la habrá cambiado, ¿no? ―pregunta con sorna y maldad, y abre la puerta de su departamento usando la huella dactilar.

―No jodas, no me hagas sentir más culpable ―Chino le da un empujón en la espalda y lo sigue hasta el interior de la casa que casi es como suya―. En serio, ¿dónde estabas? ¿Por qué no me respondías los mensajes? ―y se deja caer en el sillón más grande hundiéndose entre los almohadones azules.

―No los vi. Estaba ocupado ―Peter cuelga la campera en el perchero y deja los zapatos debajo de la mesita de entrada.

―No podés hacerle eso a una persona como yo. Me descargué tres aplicaciones para jugar en línea, ¿entendés?

―Mentira.

―Gané cincuenta dólares ―y levanta un dedo ante su hazaña.

―¿Y cuánto perdiste?

―Setecientos cuarenta ―murmura. Peter ríe y se pierde en la cocina―. Pero bueno, no es el tema que importa. A lo que voy es que no pueden dejar sola a una persona adicta. Mi mujer que se queda charlando con los amigos en la puerta de la facultad y pierde tres bondis, mi amigo que vaya a saber dónde estaba y no me responde. La gente no se salva así, eh ―de a poco va girando hasta quedar panza arriba con la cabeza apoyada en el brazo del sillón cual paciente atendido en diván terapéutico―. ¡Me olvidé de contarte! ¿Sabes qué me dijo el psicólogo? ―Peter regresa con dos botellas de agua. Una se la da a él―. Que no estoy tan grave.

―Te está cagando. Que te devuelva la guita.

―¿Me dejas terminar? ―cuestiona. Peter sube las cejas y asiente con el pico de la botella en la boca―. Me dijo que no estoy en una etapa tan avanzada de la adicción porque no es que dejo de vivir y de relacionarme con mis afectos para ir a jugar. Es como que estoy dando los primeros pasos para llegar a eso, ¿entendés? Entonces me puede resultar mucho más fácil el tratamiento.

―Me acabas de decir que te bajaste tres juegos en línea y perdiste setecientos dólares, Chino.

―Bueno, recién estoy empezando, ¿okey? ―y levanta una mano imponiéndose―. La cosa funciona de a poco. Hoy perdí setecientos, mañana quizás pierda cuatrocientos.

―Entonces no es que no es estás grave, sino que vas camino a estarlo y lo estamos previniendo ―corrige. Se sienta en otro sillón y estira las piernas sobre la mesa ratona―. Bueno, un poco me alegra.

―¿Y qué pasa con el otro poco?

―No deja de preocuparme. Perdón si no te respondí. Usemos una llamada perdida como código así sé que se trata de algo urgente.

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