Capitulo 16

1.7K 134 112
                                    

Llora. Llora y no deja de llorar. Vos no. Bueno, vos también querés llorar porque hace casi un mes que no dormís a causa de Roma que llora y no deja de llorar. Y también la que llora y no deja de llorar es Candela. Son más de las tres de la madrugada cuando salís al patio porque los gritos agudos de Roma son desesperantes. Como quien está pidiendo auxilio, un poco de compasión o que alguien se digne a cumplirle lo que necesita. Candela camina en círculos alrededor del patio con Roma en brazos, cubierta con más dos mantas porque está fresco. La mece y le canta mientras solloza porque ella también está cansada y porque ya no sabe qué más hacer. Agustín y Eugenia también salen de sus habitaciones y se asoman por el balcón porque ellos también quisieran llorar y no dejar de llorar.

―¿Estás bien, Cande? ―le preguntás acercándote despacio porque no querés interferirla. Es que la última vez que lo hiciste, casi te muerde. Pero no responde porque está concentrada en querer que Roma duerma y empieza a cantar más fuerte―. ¿Ya comió?

―Ya comió... dos veces comió. Le cambié el pañal, la tuve en brazos, la hice dormir, volvió a comer y ahora no sé qué le pasa, no entiendo ―y cada vez la mueve más fuerte porque está desesperada―. Hice todo y no deja de llorar.

―Por eso el aborto es ley ―comenta Agustín al bajar el último escalón acompañado de Tormenta que camina a su par y también bosteza. Hasta el perro está cansado.

―¿No tendrá frío, Cande? ―consulta Eugenia amarrada a su bata―. Acá está fresco, gorda. Capaz no está cómoda.

―No, no es eso. Está muy abrigada, no tiene frío. Es que... ―deja de caminar y también de mecerla. Roma sigue llorando. Los ojos de Candela parecen más grandes de lo normal, pero porque están cargados de lágrimas―. Soy una mala madre.

―Van tres semanas, recién. Eso lo vamos a poder decir cuando la nena cumpla diez ―dice Agustín.

―No sos una mala madre, Cande ―intervenís rápido antes que se deje llevar por el humor desubicado del mayor―. Solo sos una mujer que no duerme hace casi un mes.

―Estoy cansada ―susurra, y baja la cabeza con culpa.

―Lo sabemos. Y tenés que descansar.

―No puedo. No puedo dejarla sola. No quiero dejarla sola ―y parece como si presionara más a Roma contra su cuerpo―. Es muy chiquita, necesita mi ayuda.

―Vos también sos chiquita y necesitas nuestra ayuda ―Eugenia se le acerca despacio―. Hace un montón no dormís ni siquiera cuando Roma duerme. Hagamos una cosa... turnémonos.

―¿Eh? ―Agustín ya se queja. Y ahora le das una patada en el tobillo de la pierna operada que lo hace gritar.

―No, no, ustedes tienen sus vidas. No los voy a molestar con esto, no se lo merecen ―Candela habla desde una culpa inconcebible y cada tanto hace ruido con la nariz para subirse los mocos.

―Esto es nuestra sobrina ―corregís―. Y venimos de una casa en la que aprendimos a compartir y repartinos, entonces esto no solo te interfiere a vos, sino también a nosotros. Así que hoy la duermo yo y a partir de mañana vemos como nos turnamos ―y despacito la sacas de sus brazos para acomodarla en los tuyos.

―¿En serio? ¿Harían eso por mí?

―Haríamos todo por vos, el problema es que a veces no nos dejás ―comentas con humor. Eugenia le pasa un brazo por encima de los hombros y le besa un cachete.

―Gracias ―se limpia la nariz con el puño del pijama―. Te amo, hija. Aunque llores todo el tiempo ―besa la cabeza de Roma que ya no llora, sino que se queja manteniendo los ojos cerrados. Candela hace una pausa y vuelve a hacer ruido con la nariz―. ¿Cuán mal está que un hijo no te caiga bien? ―y ustedes se ríen―. Lo pregunto en serio. ¿Qué pasa si me cae mal? No quiero que me caiga mal mi hija ―y a medida que habla, la voz se le va agudizando y desapareciendo a causa de un nuevo llanto.

MAGNETISMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora