Todavía no amaneció y no porque sea de madrugada, sino porque está por arrancar el invierno. Son las seis y media de la mañana, una parte de la población está levantada o intentando hacerlo, pero Peter ya lleva diez minutos apoyado en el capot del auto fumando un cigarrillo que intente bajarle el estrés de haber dormido pocas horas y no poder hacerlo ni siquiera en los ratos libres. La mano que no sostiene el cigarro la esconde en el bolsillo del camperón y pega los hombros a la cabeza ante un viento frío que lo hace tiritar. Pocos hombres y mujeres entran al edificio y lo saludan de pasada. Alcanza a oírlos entre el chirriar de dientes y del otro lado de la bufanda transformada en muro. Levanta las piernas y hace un giro para que el cuerpo en movimiento genere un poco de calor. Antes de salir de casa, el meteorólogo del noticiero había pronosticado baja temperatura, pero aclaró que no sería tan fresca así que mandó a todos los vecinos de la Ciudad Autónoma a salir con poco abrigo. Ahora siente que no puede sacarse el cigarrillo de la boca porque se está congelando y que en los pies están naciendo estalactitas. A ese tipo habría que meterle una denuncia, ¿ven?
Chino cruza la calle con dos vasos grandes de café y Peter apaga el cigarrillo aplastándolo con la punta del pie. Ahora sí puede meter las dos manos en los bolsillos y da saltitos cortos al mismo tiempo que lo apura. Chino se queja equilibrando los vasos cargados al tope y le lleva cuarenta segundos subir los escalones. Cuarenta segundos que Peter se cagó de frío. Suben en ascensor hasta el décimo piso y con el chirriar de las puertas antiguamente metálicas, Rocío da un cabezazo de sueño hacia arriba, se le cae un brazo y también el lapicero con sus cincuenta lapiceras de colores. Chino le convida de su café mientras Peter levanta las lapiceras y después Rocío les avisa que Omar se encerró en la oficina sin necesidad de que lo molesten hasta las nueve de la mañana, por lo que se dan el permiso innecesario de aprovechar a descansar. Pero no es Peter precisamente quien puede disfrutar de tales privilegios porque a partir de las siete tiene el encargo de pasar a buscar a compañeros de equipo de fórmula, de llevar a otros empleados y también de alcanzar a la mujer de dicho jefe hasta donde ella desee —que nunca es más lejos de la Fundación o la podóloga—. Quizás eso le lleve el resto de la mañana, así que vuelve a despedirse cuando se cumple el horario y cuando Chino está empezando a quedarse dormido en el sillón.
Como conductor de autos tiene un máster. Además de la licencia, claro. Pero es de esa clase de conductores que saben qué hacer frente cualquier posible panorama, así que en una película de ciencia ficción él sería el protagonista que sale airoso de un alud esquivando montículos por la autopista. Pero como chofer, peca de antisocial. No es que lo sea en la vida cotidiana, pero con las personas que se sientan a su espalda prefiere no tener relación. Quizás porque sabe más de la cuenta, pero es muy hábil para esquivar las preguntas que tengan que ver con su vida privada o también en dar opiniones generales sobre el funcionamiento del mundo. No se deja conocer con tanta facilidad o, mejor dicho, prefiere elegir quienes lo conozcan.
—Che, ¿hoy hacen algo? —Peter regresa a las oficinas y se reencuentra con Rocío y Chino en la misma posición. Ella escribe en la computadora y él continúa acostado en el sillón leyendo el celular.
—Depende cual sea el plan.
—Una cena tranquila en casa. No tengo nada qué hacer.
—A la noche estoy complicada porque mi prima me pidió que la acompañe al cumpleaños del ex —explica Rocío sin dejar de teclear. Usa anteojos cuadrados y el pelo se lo ató en una media cola. Sus cincuenta lapiceras de colores están en su lugar y en el tacho de basura hay más de tres vasos sucios de café.
—¿Va al cumpleaños del ex?
—Viste como son los tiempos de ahora... —murmura como si fuese una cincuentona, pero cuando llegamos a los treinta también repetimos esos latiguillos—. Va para tantear el terreno, pero para mí van a volver.
ESTÁS LEYENDO
MAGNETISMO
RomanceEn el juego de atracción, dos polos se rozan, chocan e implosionan en medio de una búsqueda personal. La moraleja es que lo que alguna vez deseamos no termina siendo lo que queremos, hasta que somos capaces de descubrir y atraer lo que realmente nec...