Según la ubicación que tu hermana envió al grupo, tiene que estar cerca. Pero no la encontrás. Das vuelta alrededor de la plaza y usas el celular casi como una brújula, y quizás lo mejor que podrías hacer es levantar la cabeza para buscarla. Te lleva más de diez minutos encontrarla. Es que está en la jaula de juegos para chicos ―jaula porque al tobogán, la hamaca y el sube-baja los encerraron tras las rejas―. Acompañada de Eugenia y Agustín, mece el cochecito en donde Roma duerme y te saluda con un beso. Después te ofrece agua y regresa la vista al conjunto de padres que pretenden entretener a sus hijos. Si es que son los padres y no se tratan de las niñeras o algún tío o primo que se hace cargo.
―¿Por qué estamos acá? ―preguntás cuando logras acomodarte en el angosto banco de material y cruzas las piernas.
―Me gusta venir para no sentir que soy la única que fracasa en esto de la maternidad ―responde Candela.
―Venir a una plaza es lo más anticonceptivo que hay ―opina Agustín que mira desencajado como dos nenes trepan por la parte externa del tobogán―. Capaz hubiera sido mejor que vengas antes de quedar embarazada.
―Vine a encontrarme con Franco ―confiesa y los sorprende igual que los asusta. Hace una pausa en la que solo mira al frente y ustedes esperan el remate―. Éstos días que pasaron, estuvimos hablando porque vio las fotos que subo de Roma. Entonces me dijo que quiere conocerla y no se lo podía negar porque es su padre.
―No lo es ―interrumpe Eugenia.
―Para la biología, sí.
―La biología no te hace padre o madre, Cande.
―¿Y qué pasó? ―increpas ansiosa.
―Arreglamos para encontrarnos y quince minutos después del horario que pautamos, cuando yo ya llevaba esperándolo media hora, me avisó que no podía ―y se ríe. De ella, de él, de la hipocresía, de la ironía―. ¿Soy estúpida?
―No.
―Un poco ―murmura Agustín. E inclinas medio cuerpo hacia adelante para mirarlo y retarlo con los ojos―. Bueno, ella preguntó. Pero tampoco estoy diciendo una barbaridad. Si ya te dejó en claro que no quiere saber nada, ¿qué ganas insistiendo, Cande?
―Era mi mejor amigo, Agustín ―levanta un poco la voz, pero no tanto porque hay mucha gente.
―Bueno, evidentemente, no lo era.
―¿Por eso nos pediste que vengamos? ―Eugenia le acaricia la espalda y Candela asiente después de un suspiro y de intentar sonreír.
―Necesito que me cuenten sus mierdas así me siento mejor.
―Bueno, a ver, ¿por donde empiezo? ―preguntás retóricamente―. ¿Tenés todo el día? Porque mirá que la lista es larga.
―¿Te está yendo mal otra vez en el canal?
―Nunca me fue bien. Y últimamente, además, me siento... no sé. Rara. No es todo tan cómodo como pensé que iba a serlo ―aprovechas el momento para hacer catarsis ya que no podés pagarte una terapeuta―. También pensé que los privilegios iban a ser distintos, pero... no me siento satisfecha.
―Capaz tiene que ver con que no es el lugar adecuado ―piensa Candela. Vos subís un hombro intentando descifrarlo, pero también mirando la hora porque no podés llegar tarde a ese lugar que te genera insatisfacción.
―Bueno, a mí me está pasando algo parecido. Pero no con la película, sino con la persona con la que intento salir ―Eugenia habla.
―¿Por qué intento?
―Porque lo intenté una vez y me pareció un terrible pelotudo ―y las dos se ríen un montón―. Me invitó a cenar a su casa, me preguntó si le molestaba ver fútbol porque jugaba San Lorenzo y le dije que no. Pero le dije que no porque pensé que iba a ser una persona normal mirando fútbol, pero terminó siendo un trastornado que casi rompe el televisor cuando su equipo perdió.

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MAGNETISMO
RomanceEn el juego de atracción, dos polos se rozan, chocan e implosionan en medio de una búsqueda personal. La moraleja es que lo que alguna vez deseamos no termina siendo lo que queremos, hasta que somos capaces de descubrir y atraer lo que realmente nec...