Capítulo 08

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Salís del cuarto refregándote los ojos y con el remerón de Garfield que es el pijama. Descalza y con el pelo enmarañado, ves que en la puerta del baño está Candela. Con una mano se sostiene la panza, con la otra escondida hace presión entre sus piernas. A veces se roza las rodillas, otras veces exclama algun disgusto. También ves a Agustín salir de su cuarto en la planta alta. Usa calzoncillos y el cuerpo se mueve ebrio, pero solo es falta de sueño. Él también te ve y, como si se tratara de una guerra eterna atravesada por los años, baja corriendo la escalera y también corrés en línea recta hasta el baño. Agustín logra alcanzarte, pero te abrazás tan fuerte a la espalda de Candela que no puede robarte el lugar.

—No seas chota. Llegué primero —discute e intenta correrte, pero no te soltás del cuerpo de tu hermana.

—Lola.

—Empecé a correr primero así que me corresponde.

—Las carreras las ganan los que llegan, no los que dan el primer paso. A llorar al club —y lo molestas pasándole la mano por la cara como si fuese una escobilla—. Feliz cumpleaños, chiquitito —y también le presionas los cachetes.

—Salí, salí —te sacude las manos para apartártelas y reís somnolienta—. Regalame el lugar en la fila y después te agradezco.

—Ni en pedo.

—¿Y por qué estamos haciendo fila para entrar al baño?

—Eso mismo digo —la vejiga de Candela al fin la deja hablar—. ¡Dale, Eugenia! —y golpea a puño cerrado la puerta. Tal es la fuerza que hace temblar los vidrios.

—¡Ya va!

—Hace cuarenta minutos está adentro. Me va a reventar la panza... —Candela no puede más—. O peor... me va a reventar la beba.

—Bueno, capaz nos ahorramos dinero —comenta Agustín—. ¿Qué está haciendo?

—Creo que hoy tiene un casting y se tenía que maquillar mucho —intentás recordar.

—Bueno, y yo tengo que ir a entrenar y ésta boluda no me va a cagar el día de mi cumpleaños que recién empieza —y casi que pasa por encima de ustedes para golpear la puerta del baño con prepotencia—. ¡Eugenia!

—¡No me jodas! —le responde desde el interior. Un canto a la vida tenerlos como vecinos y despertarse así un jueves a las seis de la mañana.

—Dale, boluda —y abre la puerta porque cuando te criás junto a otros la vergüenza no existe.

—¡Qué hacés! —ella está frente al espejo, en short y corpiño, con media cara pintada de verde y las manos manchadas del mismo color a causa de la esponja que usa.

—Nos estamos meando, tarada —él desaparece detrás de la puerta y solo ves las piernas cuando se sienta en el inodoro—. ¿Tenés que hacer de árbol en el casting? —y además se da el permiso de burlarla.

—Metete el feliz cumpleaños en el culo.

—¡Ay, Dios! ¡Me hago! —Candela casi que corre, empuja a Eugenia con un brazo haciéndola caer sobre la bacha, se mete en la bañera y se acuclilla. Podés escuchar el ruido que hace el pis al deslizarse por la cerámica y sus ojos casi que se ponen en blanco del placer de poder vaciar la vejiga.

En medio del desayuno cae Mercedes, acompañada del abuelo Leopoldo, con una torta cuadrada y una vela improvisada que es un fósforo. Ustedes todavía están en pijama, descalzos, despeinados, con las lagañas en los ojos y peleándose por la poca cantidad de café que queda en el frasco, pero ella saluda a Agustín con un abrazo fuerte, le promete que más tarde le alcanzará el regalo y pregunta por dónde tiene que empezar a limpiar. Porque podremos estar pronto a cumplirlos o pasar los treinta, pero mamá siempre va a estar para lo mínimo indispensable. Y cuando digo lo mínimo indispensable es hasta para un domingo a las tres de la mañana responderte un mensaje de qué técnica casera usar para destapar un inodoro. Mientras tanto, el abuelo se sienta en la punta de la mesa, mueve los dedos de uñas pintadas como si estuviese tocando un piano, ese del cual es aficionado y heredó por parte paterna, y te pide que le hagas una chocolatada. Le decís que sí, pero ¿nos vamos a detener a remarcar el hecho de que el abuelo tiene las uñas pintadas? Y no somos quienes juzgamos porque ninguno de los aquí presentes está en contra de que un varón se pinte... ¿pero el abuelo? ¿Tu abuelo? ¿Ese mismo que cada vez que veía un homosexual en televisión les hacía burla imitándolos con una actuación paupérrima digna de citar al INADI, que cuando el tío Damián le contó en su adolescencia que estaba enamorado de un hombre le armó una carpa en el patio y que un par de veces lo escuchaste exclamar que tanta libertad exagerada va a lograr que regresen los milicos? Dejame sospechar.

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