Capítulo 20

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―¡Llegó Papá Noel!

El grito de Eugenia interrumpe tu concentración en la sopa de letras. Candela mueve las manos en el aire pidiendo silencio porque acaba de dormir a Roma, y Agustín mueve medio torso hacia atrás sin soltar la sartén en la que espera que se cocinen los huevos para el desayuno. Eugenia entra arrastrando una caja grande de cartón. Y cuando digo arrastrando es empujándola con los pies, casi dándole patadas. Candela la ayuda a levantar la caja y subirla a la mesa.

―¿Qué es? ―y te desesperas un poco porque no podés cortar la cinta scotch―. No habrás ido otra vez a robar cosas de la iglesia, ¿no?

―No. Son cosas que me mandaron mis biológicos ―clava un cuchillo entre las solapas de la caja y hace un tajo grande―. Me dijeron que están interesados en seguir en contacto, pero empezaron enviándome regalos y no pienso quejarme. ¡Miren! ¡Una licuadora! ―y levanta el paquete con la licuadora en el aire como Rafiki con Simba.

―Uh, vamos a poder hacernos licuaditos ―Agustín ya está chocho―. ¿Quién va a comprar bananas?

―Perdón que sea un poco pincha globo, pero ¿no te jode? ―le consultás―. Digo, no es que sea raro, pero no te vieron en veintiocho años ¿y lo único que hacen es sobornarte con electrodomésticos?

―No me están sobornando. Ya me quedó claro lo que pasó, lo que decidieron y lo que quieren ―dice, mientras saca la licuadora del paquete―. Si regalarme cosas para sentirse menos mal los hace creer mejores, entonces que sigan creyendo. Falta la tapa de la jarra... ―y mete mano en la caja más grande.

―Ay, mirá, hay un juego de platos también ―Candela levanta una pila envuelta en papel de diario que rompe rápidamente con las uñas―. Nos viene bien así cambiamos esa vajilla que nada hace juego con nada. Decile que la próxima te mande mamaderas o baberos que me hacen falta.

―Me va a mandar lo que la culpa le diga en ese momento ―aclara y enchufa la licuadora. El ruido del batido es fuerte y celebra emocionada. A veces somos felices con tan poco.

―¿De qué laburan? ―pregunta Agustín que vuelca los huevos en un plato y te alcanza la pava que ya calentó en la hornalla.

―Ella es nutricionista y él atiende en un local de ropa deportiva. No sé si es el dueño o empleado.

―Uh, que me consiga buzos para ir a entrenar en invierno que están carísimos.

―¿Qué parte de que no les voy a pedir nada no están entendiendo? ―y te reís ante su expresión seria y cansada de repetir los discursos. Cebas un mate y se lo arrastras por la mesa sin dejar de pensar en su capacidad de desapego con el resto de la humanidad. Si estuvieses en su lugar, no dejarías de investigar queriendo conocer los mínimos pormenores. Pero eso no sabés si lo piensa tu costado emocional o tu costado periodístico.

―Lali... ―escuchas la voz de Candela y te das cuenta que no la oíste las veces anteriores porque cuando levantas la cabeza, los tres están mirando la televisión. Te volteas totalmente ajena, pero cuando ves tu misma imagen al otro lado de la pantalla en una foto siendo besada por Peter, los ojos se expanden.

―No me jodas.

―¿Eso fue el sábado a la noche? ―Agustín señala―. ¿Por qué yo no salgo?

―¿Y quién carajo te conoce a vos? ―Eugenia hace montoncito.

―Disculpame, pero ella tampoco es Susan Sarandon. Es movilera.

―Pero labura en la tele y ahí se conocen entre todos ―continúa Candela. Ellos tres entran en un debate poco interesante y vos lo único que podés notar es como en el piso del canal para el que laburas (¡encima!) se están divirtiendo a costa de esa imagen que andá a saber quién la sacó y regresan sobre el tema de "Bondiola romántico" porque todavía recuerdan el móvil en el que quedaste demasiado expuesta. Y él también, claro―. ¿Es el mismo de la vez pasada? ¿Bondiola romántica? ―y Candela también lo recuerda. Y cuando la mirás totalmente seria, rozando el enojo, y ella sonríe en son de disculpas, estás segura que habrá estado twitteando usando el hashtag.

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