Capítulo 29

8.4K 759 257
                                    

—¿Puedes hacerlo o no?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Puedes hacerlo o no?

Amelia dejó su taza, esta vez de color roja, como él se lo dijo, sobre la mesilla.

—Sabes que no.

Donovan la observó notando el tono triste en su voz. Llevaban cerca de media hora desayunando y él buscando convencerla.

—¿Por qué no? Te lo estoy pidiendo yo, malyshka.

Amelia apretó sus labios. Cada vez que la llamaba así lograba obtener lo que quisiera, la manera en la que esa palabra salía de sus labios ponía su corazón a palpitar desenfrenado.

—Me pides algo que no puedo, ni sé hacer.

—Ni siquiera lo has intentando, ¿Cómo puedes decir que no sabes?

Si, lo amaba, de esa confesión una semana atrás no había retorno. Pero también se daba cuenta de lo insistente que era cuando se le ponía algo entre ceja y ceja.

—Quiero desayunar tranquila, por favor.

Le daba ansiedad de solo pensarlo, temía hacer un desastre. ¿En qué carajos pensaba ese hombre para proponerle semejante cosa?

Lo escuchó estirar su cuerpo hacia adelante, ahí donde sus rodillas se enfrentaban, él sujetó sus piernas.

—Deja de mirarme, sé que lo estás haciendo —se quejó meciendo la taza entre sus manos.

—Siempre lo hago.

Amelia frunció sus labios desganada. De pronto se le había ido el apetito, y vaya que tuvo bastante porque aquel pastel de menta se lo había devorado. Donovan la sacaba de quicio con esa tranquilidad, paciencia y necesidad de ponerla a hacer cosas que no podía.

Lo escuchó reír.

—No sé de qué te ríes ni qué dije que fuese tan gracioso.

Oh, ese carácter había salido a luz a su lado, y ya no sabía cómo ocultarlo.

—Parece que no has dormido bien.

—Dormí perfectamente.

—¿Ah sí?

—Si.

Mmm —palmeó su pierna casi que en una caricia —. Creí haberte visto en el baño tres veces, quizá lo soñé —se mofó acomodando cada lado de su saco fuera del pequeño sofá. Ya no cabía en él.

—No quise despertarte.

—Tengo el sueño liviano. Cada vez que te mueves en la cama me despierto y voy atrás tuyo —confesó estirando su mano para apartar su largo cabello antes de que tocara la taza.

Amelia abrió su boca sorprendida. Seguro que no pegaba un ojo en toda la noche.

—Quizá debas dormir en tu habitación.

Crueldad y prestigio © (Markov III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora