Capítulo 33

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Llevaba un cuerpo pegado al suyo todas las horas que yacía encerrada en lo que creía era una habitación deteriorada

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Llevaba un cuerpo pegado al suyo todas las horas que yacía encerrada en lo que creía era una habitación deteriorada. No se animaba a tantearlo, tocarlo para saber si estaba con vida o simplemente era una idea de lo que pasaría con ella.

Sus manos temblaban, su rostro empañado en lágrimas que amenazaban con deshidratarla. ¿En qué momento todo se vino abajo? Sabía que lamentarse ahora no serviría de nada, aun así, pese a estar en manos de Maurizio lo único que podía pensar era en los daños colaterales de su gran hazaña; Alek, y el enfrentamiento que tendría Donovan con Eleanor.

Era su propia culpa, quien debía asumir las consecuencias. Eleanor y Alek solo accedieron a ayudarla, a sumarse a su aventura sin preguntas, porque eso era lo que hacían los amigos, poner su vida en riesgo de ser necesario.

Solo esperaba que Donovan no perdiera la cabeza. Debía darle explicaciones y se las daría. Su tratamiento había finalizado y sea lo que pasara a partir de ese momento, la tranquilidad de haber tomado la decisión, la iniciativa por si sola y haberse hecho valer no iba a quitárselo nadie.

—Mentón en alto, palabras justas, no más —murmuró tras inhalar con fuerza —. Mentón en alto, palabras justas, no más —repitió. La falta que le hacía Ana era insuperable —. Mentón en alto...—el quejido que vino del cuerpo a su lado la hizo pegar su espalda a la pared.

Sus manos se posaron sobre su abdomen por instinto, como si fuese el escudo que los salvaría a ambos.

Los movimientos fueron aumentando, el ruido a una chaqueta desprenderse hizo eco en la habitación. Amelia repitió su mantra una y otra vez en su cabeza deseando que esa persona no fuera parte del plan de Maurizio y estuviese ahí dentro para torturarla.

Su piel se erizó ante la corriente de aire calándose por las paredes. Había dejado su abrigo en la camioneta, y hasta entonces no se percató del frio en sus manos, y abdomen.

—Joder, que golpe —escuchó que se quejó su acompañante —. ¿Amelia?

Oh, Dios.

No.

Esa voz la conocía.

—¿Sergei? —alcanzó a decir antes que su voz se perdiera y el alivio junto a las lágrimas la acompañaran. Llevaba horas en ese mismo sitio a la espera de cualquier cosa, lo malo y lo bueno, convenciéndose de que su esposo llegaría. Y lo había hecho. Que Sergei estuviese ahí no podía ser casualidad.

—No llores —pidió acercándose y masajeando su sien ante la puntada de dolor. Sus dedos volvieron con sangre —. ¿Estás bien?

Amelia sollozó y asintió con ímpetu dejando que él se cerciorara de sus palabras.

—¿Tienes algún dolor?

—N-no, no —negó sintiendo una de sus manos pasar por su cabeza como si buscara un corte, algo que a simple vista no se notara —. ¿Qué haces aquí?

Crueldad y prestigio © (Markov III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora