Capítulo 8

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—¿Cómo

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—¿Cómo...cómo? ¿Quién te ha dejado entrar?

—El dueño de la casa ¿Cree que me metería sin pedir permiso?

—No, claro que no —respondió controlando el tembleque de sus manos —. Pero no comprendo cómo has podido pasar por él, que te haya contratado para trabajar aquí.

Ana resopló metiéndose a la habitación y cerrando la puerta tras ella. Llevó a Amelia hasta el pequeño sofá y se colocó ante ella.

—Debí mentir un poco sobre mis hijos, al principio no confié en que iba a creerme, pero luego si lo hizo. Espero que si —sentenció dejando un lado esa sensación de desconfianza.

Desde que entró a esa mansión su corazón bombeaba con fuerza. El aura oscura podía palparlo desde la puerta. Ni siquiera sus piedras y mantras lograron indicarle el motivo.

Asustada, Amelia pasó sus manos por su pantalón reiteradas veces.

—¿Te has parado ante él a mentirle en la cara? —inquirió sabiendo lo que eso significaba —. Ana, eso ha sido demasiado arriesgado, podía haberte matado en ese momento sin importarle quien eras —susurró con pesar.

—Tuve que arriesgar para poder ayudarla a salir de aquí. No podía quedarme en la casa y esperar que regresara.

Amelia sacudió su cabeza ante el ardor en sus ojos. Era la primera luz de esperanza que veía en ese mes lejos de todo, de su esposo.

—Tal parece que eres la única que piensa de esa manera —jadeó cubriendo sus labios.

No quería soltar todo el llanto, el dolor acumulado. Donovan podría oírla y pedirle que se callara, como tantas veces lo hizo por las noches con el golpe de sus nudillos en la pared. Exactamente lo repetía tres veces, sin hablar, sin aparecerse ante la puerta, era una especie de comunicación que él ejecutaba y ella entendía.

—El joven Maurizio no ha dejado de buscarla, d—

—¿De engañarme con Feyza? —soltó arqueando su ceja. —Si, eso pensé —asintió llevando su mano a su pecho.

Cada minuto que evocaba todas las veces que supo que Feyza estaba ante ella y Maurizio también, el estruendo de su corazón la aturdía. Saberse tan expuesta, tan vulnerable por su condición permitiendo que se aprovecharan de ella para mirarse sin tapujos, para tal vez hacer señas, sonreírse, besarse, todo, todo a metros de ella, quizá hasta frente.

—No...no, no llore —pidió Ana rodeándola rápidamente.

Aquello fue peor, se dejó caer sobre esa mujer y liberar su dolor que salía de las entrañas, debilitándola, recordándole que se estuvieron riendo en su cara y aun así no supo darse cuenta. Tan imbécil, tan estúpida que no pudo hacerle caso a su corazonada que le reclamaba más atención.

"Agudiza tus otros sentidos" había dicho Donovan el primer día.

Y quizá sí, quizá debió hacerlo hace meses, enterarse por sus demás sentidos que su esposo no era el hombre que creía. Que cuando la tocaba probablemente imaginaba a alguien más, o le compadecía tanto que no pudiera valerse del todo por si sola que terminaba fingiendo una noche de amor que no existía.

Crueldad y prestigio © (Markov III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora