Capítulo 1

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—El vestido ya está listo, señora Di Ángelo

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—El vestido ya está listo, señora Di Ángelo.

—Gracias.

Por su suave piel sintió el cierre subirse y culminar a mitad de su espalda. Era de color verde, según Ana un verde casi aceituna, pero un poco mas fuerte.

Daba igual que tonalidad sea, la ocasión tampoco ameritaba mucho si era su hermana la que debía resaltar.

Tonos apagados, ese era el pedido que llegó desde la casa principal.

—Su esposo ya está dirigiéndose al cumpleaños. Ha dejado indicaciones que usted sea llevada junto a los guardias—prosiguió Ana pasando ahora a maquillarla.

—Creí que deberíamos llegar juntos.

O eso era lo que esperaban todos. Un capo llegar sin su esposa a un evento tan familiar como un cumpleaños no era algo habitual. Pero Maurizio no era cualquier capo. Hermano de Emmanuel Di Ángelo, podía matar al mismísimo presidente que nadie podría tocarlo.

Inmunidades, había oído por ahí.

Siempre estaba escuchando, eran sus ojos, su sentido más potenciado.

—¿Desea un poco de movimiento en su cabello o lo dejamos liso?

—Movimiento, por favor —pidió juntando sus manos frente a su abdomen, deseando que su hermana usará el cabello liso.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí esperando que terminaran esas tres mujeres de arreglarla, pero en cuanto escuchó el peine ser depositado sobre la mesa supo que Ana había culminado.

—¿Luzco bien? —preguntó con una simple sonrisa.

—Radiante, señora, radiante —halagó con dulzura.

Amelia podía jurar que estaría sonriéndole como una madre orgullosa, así se la imaginaba durante esos tres años dentro de la familia Di Ángelo.

—Muy bien —suspiró tirando sus hombros hacia atrás —. Estoy lista —murmuró.

—Definitivamente está lista para deslumbrar a todos.

—Oh, Ana. Si mi hermana llega a pensar lo mismo no volverá a invitarme a otro cumpleaños, ni siquiera de mis sobrinos —bromeó ligeramente, dejando salir su respiración casi que atascada.

¿Por qué estaba tan nerviosa? Oh, porque de ese evento lo único que podría rescatar, como siempre, eran las voces familiares, de lo cual se aferraba. La mano de su esposo en su espalda guiándola por todo el reciento y la voz quejosa de Katerina, su hermana, con los niños.

Agradable.

—Tonterías. Nadie puede resistirse a ese mirar tan puro y reluciente que tiene, señora. Y perdón que siempre lo diga, pero sus ojos tan verdes son la combinación perfecta de su vestido —aplaudió contenta.

Crueldad y prestigio © (Markov III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora