01. Llegada a Véneto
Davina Fiore
En el momento en el que puse un pie en Véneto, supe que esto no era una buena idea. El autobús desapareció frente a mí y tragué saliva, arrepintiéndome momentáneamente.
Sin embargo, cuando vi la gran quemadura de mi brazo izquierdo todo miedo desapareció y fue opacado por la rabia y la sed de venganza.
La quemadura se extendía por todo mi brazo. Una parte se mantenía en mi hombro y otra manchaba de forma oscura el alrededor de mi muñeca hasta la mitad de mi antebrazo. La zona de mi codo y un poco de mi bíceps era la única parte de mi piel en ese brazo que continuaba en mi color oliváceo. Herencia italiana.
La estación de autobuses estaba llena de gente y me aferré con fuerza a mi mochila vieja para evitar que me la robaran. Aunque la riquísima gente de Milán nunca le robaría una mochila roñosa a una chica vestida con vaqueros viejos y desgastados, una camiseta de manga corta un par de tallas más grandes con el logo desgastado de una banda de rock y un par de chancletas que casi no tenían suela.
Caminé bajo el potente sol veraniego de Italia, vigilando atentamente a mi alrededor. Estaba paranoica, a pesar de que no estaba en el territorio de Cosa Nostra.
El sur de Italia, incluyendo las dos islas, le pertenecía a Guisepe Fiore, Capo de Cosa Nostra, mientras que la zona norte (una parte bastante más pequeña) estaba bajo el mandato de Massimo Ricci, Capo de la Ndrangheta.
Y a ese hombre era al que estaba buscando. Massimo Ricci.
Había muchos rumores de él, muchísimos, y ninguno era bueno. Su primer muerto fue a los doce años, le arrancó los ojos y cuando encontraron el cadáver aún los tenía colgando. No era un hombre en quien pudiera confiar, pero yo no confiaba en nadie.
Me mordí el interior de la boca, buscando con la mirada algún tatuaje. Había estudiado a fondo a la Ndrangheta antes de venir. No había llegado viva a los diecinueve sin estudiar a la gente. Los hombres de la Ndrangheta llevaban un tatuaje en el antebrazo derecho, dos rosas cruzándose con una daga en medio.
Noté rápidamente el tatuaje entre la gente. Era verano así que todos llevaban camisetas que dejaban ver sus brazos. Fue sencillo.
El hombre era alto y fuerte, muy fuerte, y caminaba de forma tranquila en dirección a un local. No estábamos en Milán, sino en las afueras, pero estaba lleno de diferentes locales. Aunque ninguno se veía como un sitio al que una señorita pudiera entrar.
Menuda suerte que yo no sea una señorita.
Entré, las luces oscuras me recibieron. Estaba lleno de hombres y de alguna que otra mujer semi desnuda, pero no era un prostíbulo. El gran ring de boxeo en medio del amplio local lo demostraba.
Las miradas de todos en seguida se cernieron sobre mí y vi que prácticamente todos los hombres del lugar tenían el tatuaje de la Ndrangheta. Tenía que conocer la ubicación de Massimo Ricci, o al menos cualquier sitio en el que pudiera encontrarme con él. Sería complicado, pero no podía ser imposible.
Me acerqué a la barra, contando las monedas que tenía en mi bolsillo trasero. Debía encontrar un trabajo pronto, ya casi no me quedaba nada.
Detrás de la barra habían dos mujeres de unos cuarenta años. Una de ellas tenía un vientre muy abultado demostrando su embarazo. La embarazada se sentó en una silla, con una mueca cansada, y la otra se acercó. Su cabello estaba mal teñido de rojo, con la raíz en un tono oscuro.
Me miró de arriba abajo, entre sorprendida y juzgadora, antes de hablar.
—¿Qué te pongo?
—Una cerveza —entregué las monedas y ella las miró con una mueca antes de aceptarla.
Me entregó la bebida y casi gemí cuando el líquido frío refrescó mi seca y dolorida garganta. Italia en agosto era horrible.
—Ricci pelea mañana, Rocco va a forrarse de dinero —rió un hombre a mi lado, me obligué a prestar atención.
Ricci.
—Oh, sí. Estoy ansioso por verlo, va a ser una lluvia de sangre —le respondió el que parecía su amigo.
—Massimo y Matteo son los mejores en el ring. Sus combates siempre son sangrientos.
—En el ring y fuera del ring, no por nada son quienes son —se carcajeó.
Se sumieron en otra conversación completamente diferente y maldije porque no parecían ir a decir el nombre de qué hermano Ricci pelearía mañana.
Sabía quiénes eran, por supuesto. Massimo Ricci, Capo. Matteo Ricci, Sottocapo (el segundo al mando de la mafia Italiana). Y Marco Ricci, que a sus catorce años aún no se había iniciado. Lo haría el año que viene.
Miré a la camarera, a la embarazada ya que la otra estaba ocupada. Le sonreí vagamente, ella me dedicó una sonrisa preocupada y maternal. Perfecto.
—¿Hoy habrá alguna pelea?
—Hoy no, bonita. Pero mañana pelea Matteo Ricci contra Snake —explicó. Mierda, era Matteo. Como sea, podría hacer algo—. No creo que eso sea un lugar para ti.
No la juzgaba, era normal que pensara eso de mí. Todo en mí gritaba «italiana de raza». Una italiana de esas familias tradicionales, de esas que se mantenían puras hasta el matrimonio y que no habían empuñado un arma a pesar de que todos a su alrededor estaban metidos en la mafia. Mi cabello era rizado y caía hasta mi cintura, mi cuerpo era delgado por la falta de comida pero estaba fuerte gracias a mis entrenamientos constantes. Mis ojos eran de un marrón verdoso claro. Mi mandíbula perfilada y mi piel olivácea.
—No se preocupe —le sonreí—, pero gracias por el consejo.
No fue un consejo, pero no me convenía ganarme enemigos. Ni siquiera a una mujer.
Salí de ahí después de acabarme la cerveza, esa sería mi cena de hoy y probablemente mi desayuno de mañana. Si tenía suerte y lograba robar alguna cartera, podría comer algo mañana.
El sol ya se estaba poniendo así que decidí buscar algún lugar medianamente seguro donde dormir. Ya tuve un susto una vez en el que casi me violan por dormir en un banco, así que desde entonces tenía bastante cuidado.
Me decidí por una parada de autobuses. No descansé, nunca lo hacía, siempre atenta a mi alrededor. Pero al menos cerré los ojos y dormité durante dos o tres horas.
Pronto, todo acabaría. Mataría a Guisepe Fiore y por fin podría vivir en paz.
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Vendetta (Mafia italiana #1)
RomanceTenía trece años cuando sucedió. Tenía trece años cuando huí de casa. Y tenía trece años cuando tuve que aprender a sobrevivir. Las mujeres involucradas en la mafia, éramos ceros a la izquierda. Vivíamos en un mundo gobernado por y para hombres...