12. Una semana

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12. Una semana

Davina Fiore

Esta vez, no me temblaron las manos cuando deslicé la camiseta un par de tallas más grande fuera de mi cuerpo. Los ojos de Massimo me siguieron durante todo el rato, escaneándome, analizándome.

—El sujetador —ordenó.

Llevé mis dedos al broche y lo saqué de mi cuerpo con lentitud, sin molestarme en ir rápido. Sus ojos azules no se apartaron de mis movimientos.

—¿Sueles simplemente dar órdenes todo el tiempo? —bromeé.

—Soy un Capo —obvió, como si eso fuera la respuesta para todo.

—Cierto, los Capos y sus aires de superioridad —rodé los ojos.

—Acaba de desnudarte, Davina.

Me levanté de la cama, mi respiración vagamente agitada, y mis dedos temblaron un poco con anticipación cuando los llevé al botón de mi vaquero.

Los deslicé por mi cuerpo, Massimo me alzó una ceja y eso fue señal suficiente para que me deshiciera también de las bragas. Inhalé hondo cuando quedé completamente desnuda frente a él.

Con dos dedos, hizo un gesto para que me acercara.

Caminé a pasos dudosos y me dejé caer en su regazo, con una pierna a cada lado. El llevó sus manos grandes a mis muslos, apretando levemente.

Sus labios fueron a mi cuello, mordiendo levemente. Jadeé. Sacó su lengua y me dio un lametón, luego recorrió mis pechos que se movían irregularmente por mi respiración.

—Acuéstate —ordenó, soltándome.

Me separé de él, recostándome en la cama y retorciendo los dedos de los pies mientras él se quitaba con total lentitud la ropa.

El silencio y la anticipación me ponían los pelos de punta, y estaba muy tentada a arrancarle yo misma la ropa si continuaba jodiéndome así.

Pareció leer mis pensamientos, porque sonrió de lado. Una puta sonrisa sádica.

Admiré su cuerpo. Espalda fuerte y ancha, seis perfectos cuadrados en el abdomen, el tatuaje de su brazo derecho parecía ser el único que tenía y su jodida polla era quizá demasiado grande. Su cabello negro estaba revuelto por la siesta de hace poco y sus ojos azules estaban oscurecidos y dilatados.

—Abre las piernas.

Lo hice, separando los muslos con nerviosismo. Sus zafiros me miraron con hambre, quedándose en mi entrepierna un rato de más.

Estiró su mano, pasándola por mi abdomen bajo con delicadeza. Tal vez mucha delicadeza. Me contraje, dos de sus dedos se pasearon en horizontal por la línea de mi cintura. Luego, bajó más y cruzó mi monte de Venus hasta llegar a mis pliegues, solo acariciando.

Solté una exhalación temblorosa. Dios.

—Eres mía, Davina, esta semana que nos queda juntos vas a ser completamente mía —asentí, sus dedos rodeando mi clítoris, volviéndome loca—. Dilo.

Vendetta (Mafia italiana #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora