23. Hospital

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23. Hospital

Massimo Ricci

Dos horas. Dos malditas horas.

—¡Encuentra a mi mujer! —le exclamé al soldado, perdiendo el control— ¡Me da igual cómo, solo encuéntrala!

—Relájate, Massimo —trató de calmarme Adonis. Luego, asintió en dirección al pobre soldado—. Vete, sigue buscando.

—Sí, Capitano.

—Vamos a encontrarla, Massimo —me aseguró Matteo, con una mueca preocupada. Marco le metía presión por llamada a varios soldados.

—¡Capo! —un soldado, Santiago si mal no recuerdo, entró con prisa a mi despacho. No tuvo problema en entrar a mi casa porque había dejado la puerta abierta principalmente para eso— Ha habido un incendio en una vieja fábrica abandonada de las afueras. Tengo el presentimiento de que su mujer está allí.

¿Un incendio?

Oh, joder. Si algo le ha pasado...

—¡Vamos! —ladré.

Tardamos menos de diez minutos en llegar, siguiendo el coche de Santiago. Marco iba de copiloto con Matteo, mientras que Adonis conducía su coche. Un coche de soldados corría también detrás nuestro.

Observé casi con terror las llamas que consumían la fábrica vieja y salté del coche sin siquiera molestarme en apagar el motor. Tardé poco en localizar a Davina, supongo que gracias al don (o maldición) de que mis ojos siempre estaban en ella cada vez que estábamos en la misma sala.

Di un par de zancadas hasta llegar a mi mujer y la abracé contra mi pecho. Estaba fatal. Su brazo derecho, de codo para arriba, tenía muchos cortes. De su hombro derecho no paraba de salir sangre, ella apretaba un trozo de tela que probablemente había roto de su camiseta. Su barbilla estaba manchada de sangre, igual su nariz, que a parte tenía un ángulo extraño.

Y, a pesar de todo, seguía siendo preciosa.

—¿Qué ha pasado? —cuestioné, cargándola en brazos. Vi a mis hermanos y a Adonis correr a nosotros— ¡Hay que llevarla a un puto hospital!

—¿Vina? ¿Estás con nosotros? —cuestionó Matteo, tocándole suavemente una parte no herida de su brazo.

—No, idiota, estoy en Marte.

Marco rió por lo bajo.

—Ella está bien.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ahora Adonis, abriéndome la puerta de copiloto para que pudiera meterla en el coche.

Ella suspiró.

—Tengo una herida de bala en el hombro, encargaos de eso antes de que me desangre.

Asentí, moviéndome rápido. Le coloqué el cinturón de seguridad y cerré la puerta. Me subí tras volante, arrancando con prisa. Davina necesitaba ver a un médico. La escuché quejarse cuando un bache sacudió levemente el coche.

—¿Duele mucho?

—Ahora que la adrenalina se ha ido, sí —gimoteó por lo bajo—. Demonios, me duele respirar.

Vendetta (Mafia italiana #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora