La última bendición del hogar:

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No te recomiendo probar los viajes por las sombras si te dan miedo: A) La oscuridad. B) Los escalofríos que te recorren la columna. C) Los ruidos extraños. D) Correr a una velocidad que parece que se te vaya a pelar la piel de la cara.

En otras palabras, me pareció increíble.

No veía absolutamente nada. Sólo notaba el pelaje de la Señorita O'Leary y los eslabones de bronce de su collar, al que me aferraba con todas mis fuerzas.

Y, de golpe, las sombras se disolvieron para mostrar otro escenario. Estábamos sobre un risco de los bosques de Connecticut. O al menos parecía Connecticut: o sea, montones de árboles, grandes casas y muros bajos de piedra. A mis pies se veía por un lado una autopista que cruzaba un barranco y, por el otro, el patio trasero de una finca enorme, aunque parecía más un terreno salvaje que un prado. La casa, blanca y de estilo colonial, era de dos pisos. Aunque tuviera la autopista al otro lado de la colina, daba la sensación de estar plantada en medio de la nada. Se veía luz en la ventana de la cocina. Bajo un manzano, había un columpio viejo y oxidado.

No me imaginaba a mí mismo en una casa como aquella, con un patio de verdad y esas cosas. Había vivido toda mi vida en un minúsculo apartamento o en internados. Si realmente aquella era la casa de Luke, me preguntaba por qué habría decidido irse.

La Señorita O'Leary se tambaleó. Nico ya me había advertido que in viaje por las sombras la dejaría agotada, así que me deslicé por su lomo y bajé. Ella soltó un bostezo descomunal, con todos los colmillos al aire, giró en redondo y se desmoronó con todo su peso, haciendo temblar el suelo.

Nico apareció justo a mi lado, como si las sombras se hubieran adensado hasta darle forma. Dio un traspié, pero lo agarré del brazo.

—Estoy bien—acertó a decir, restregándose los ojos.

—¿Cómo hiciste eso?

—Es sólo cuestión de práctica. Unos cuantos golpes contra la pared, unos cuantos viajes improvisados a China...

La Señorita O'Leary empezó a roncar. De no haber sido por el rugido del tráfico que subía de la autopista, seguro que habría despertado a todo el vecindario.

—¿Tú también te vas a echar una siesta?—le pregunté a Nico.

Negó con la cabeza,

—La primera vez que viajé por las sombras estuve inconsciente una semana. Ahora sólo me deja un poco adormilado, aunque no es buena idea hacerlo más de una o dos veces por noche. La Señorita O'Leary no se moverá de aquí en un buen rato.

—Así que tenemos tiempo de sobra—observé con atención la casa colonial blanca—. Bueno, ¿y ahora qué?

—Ahora llamamos al timbre.







Si hubiera sido la madre de Luke, no les habría abierto la puerta de noche a dos chicos desconocidos. Pero aquella mujer no... bueno, lo mejor será ir en orden.

En el sendero la termal había una hilera de esos animalitos de peluche que venden en las tiendas de regalos. Leones, cerditos, dragones e hidras en miniatura, e incluso un minotauro diminuto en pañales. A juzgar por su penoso estado, aquellos muñecos llevaban allí afuera mucho tiempo: al menos desde el deshielo de la última primavera. Entre los cuellos de una hidra había empezado a brotar un arbusto.

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora