Justicia, ¿o venganza?

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Estaba feliz, no hay mucho más que decir al respecto.

Por nuestra propia salud mental, procuramos no hablar demasiado a cerca del campamento, o los monstruos, o mi abuelo el caníbal, o mi sobrino el homicida,

Tampoco quiero ni mencionar nada acerca de la película. Quizá porque literalmente vimos la primera porquería de serie B que encontramos en cartelera. Después de todo, objetivo nunca había sido ver una buena película, sólo pasar un buen rato haciéndolo.

Las horas habían pasado, nos encontrábamos sentados en la esquina de una cafetería, tratando de mantenernos serios por más de cinco segundos, pero era difícil, considerando que acabábamos de ver como un tiburón de veinte cabezas pésimamente animado por computadora se peleaba con sin cabeza alguna igualmente mal animado.

No obstante, la preocupación no dejaba de molestarme, como una persistente comezón en la base de mi cerebro.

"Tu precioso campamento en llamas"—había dicho Kelli—. "Tus amigos convertidos en esclavos del señor de tiempo"

Lastimosamente, esa no había sido la primera vez que Annabeth y yo nos veíamos desde las Navidades. San Francisco había tenido una primavera plagada de monstruos, por lo que ella había vuelto al campamento ya dos veces desde en lo que iba del año. A su vez, tampoco había averiguado nada sobre el paradero de Nico di Angelo (es una larga historia).

Dudé en hacer mi siguiente pregunta, pues sabía que todo el buen ambiente que habíamos construido se iría por el caño. Pero aún así era consiente de que era algo necesario.

—¿Alguna noticia de Luke?—cuestioné finalmente.

La energía que había entre nosotros se apagó en su totalidad. Ella negó con la cabeza.

Era en tema delicado, por decir lo menos. Annabeth siempre había admirado a Luke, el antiguó líder de la cabaña de Hermes que nos había traicionado para unirse a Crono, rey de los titanes. Y aunque ella lo habría negado, yo estaba seguro de que aún le gustaba. Habíamos luchado contra él el invierno anterior en el monte Tamalpais; de alguna forma, se las había arreglado para sobrevivir a una caída por un precipicio de quince metros. Ahora, hasta donde sabíamos, seguía navegando en su crucero cargado de monstruos, mientras su señor Crono, hecho pedazos durante siglos, se volvía a formar poco a poco en el interior de un sarcófago de oro y aguardaba a reunir fuerzas suficientes para desafiar a los dioses del Olimpo.

En la jerga de los semidioses, a eso lo llamamos un "problema".

—El monte Tamalpais todavía está infestado de monstruos—dijo Annabeth—. No me atreví a acercarme, pero no creo que Luke siga allá arriba. Si lo estuviera, ya me habría enterado.

Eso no me tranquilizó demasiado.

—¿Y Grover?

—En el campamento—contestó—. Lo veremos pronto.

—¿Ha tenido suerte? En su búsqueda de Pan, quiero decir.

Annabeth jugueteó con su collar de cuentas, como como suele hacer cuando está preocupada.

—Ya lo verás—dijo. No quiso explicarme más.

Me sentí lleno de culpas. Nos estábamos preparando para una guerra, los dioses podrían enfrentar el final de sus días muy pronto, y yo, el Heredero del Éxodo de Hércules, estaba allí, tomando café y viendo películas, más atento a la escuela que al destino del mundo. Simplemente no estaba bien.

—¿Puedo usar tu teléfono para llamar a mi madre?—pregunté—. Creo que deberíamos irnos ahora mismo al campamento.


Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora