Un alma por un alma:

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Al menos me merecía dormir bien una noche antes de emprender la búsqueda, ¿verdad?

Después de todo, con el asunto de Zoë solucionado, mis pesadillas recurrentes se habían acabado.

Pues no.

Aquella noche me encontré en mi sueño en el camarote principal del Princesa Andrómeda. Las ventanas estaban abiertas y veía el mar iluminado por la luna. Un viento frío agitaba las cortinas de terciopelo.

Luke se hallaba sentado sobre una alfombra persa frente al sarcófago de oro de Crono. El resplandor de la luna teñía de blanco su cabello rubio. Iba con una antigua túnica griega llamada quitón y con un himation, una especie de capa que le caía por la espalda. Esas vestiduras blancas le daban un aire intemporal, casi irreal, como si fuese uno de los dioses menores del Olimpo. La última vez que lo había visto, tras su pavorosa caída desde el monte Tamalpais, estaba descoyuntado e inconsciente. Ahora parecía en perfectas condiciones. Incluso parecía demasiado sano.

—Según informan nuestros espías, hemos tenido éxito, mi señor—decía—. El Campamento Mestizo está a punto de enviar un grupo de búsqueda, tal como habíais previsto. Y nosotros casi hemos cumplido nuestra parte del trato.

"Excelente"—la voz de Crono, más que sonar, me taladraba el cerebro como una daga. Me dejaba helado con su crueldad—. Una vez que tengamos los medios para orientarnos por el laberinto, yo mismo guiaré a la vanguardia del ejército.

Luke cerraba los ojos como si estuviera ordenando sus ideas.

—Mi señor, quizá sea demasiado pronto. Tal vez Crios o Hiperión deberían encabezar la marcha...

"No."—aunque tranquila, la voz mostraba gran firmeza—. Yo guiaré al ejército. Un corazón más se unirá a nuestra causa y con eso bastará. Por fin me alzaré completo del Tártaro"

—Pero la forma, mi señor...—A Luke empezaba a temblarle la voz.

"Muéstrame tu espada, Luke Castellan"

Con un repentino sobresalto, me percaté de que hasta ese momento no sabía el apellido de Luke. Ni siquiera se me había ocurrido preguntarlo.

Luke sacaba su espada. El doble filo de Backbiter—la mitad de acero, la mitad de bronce celestial— tenía un fulgor malvado. Había estado muchas veces a punto de sucumbir ante aquella espada. Era un arma perversa, capaz de matar por igual a monstruos y humanos; hablando de armas, su hoja era la única a la que realmente aborrecía.

"Te entregaste a mí por entero"—le recordaba Cronos—. "Tomaste esa espada en prueba de tu juramento"

—Sí, mi señor. Es sólo...

"Querias poder. Te lo di. Ahora estás más allá de todo daño. Muy pronto gobernarás el mundo de los dioses y los mortales. ¿No deseas vengarte? ¿No quieres ver destruido el Olimpo?"

Un escalofrío recorría el cuerpo de Luke.

—Sí.

El ataúd emitía un resplandor y su luz dorada inundaba la habitación.

"Entonces prepara la fuerza de asalto. En cuento de cierre el trato, nos pondremos en marcha. Primero reduciremos a cenizas el Campamento Mestizo. Y una vez eliminados esos molestos héroes, marcharemos hacia el Olimpo"

Alguien llamaba a las puertas del camarote principal. El resplandor del ataúd se desvanecía. Luke se incorporaba, envainaba su espada, se arreglaba sus blancos ropajes y respiraba hondo.

—Adelante.

Las puertas se abrían de golpe. Dos dracaenae—mujeres-reptil con doble cola de serpiente en lugar de piernas— se deslizaban en el interior del camarote. Entre ambas iba Kelli, la empusa de la escuela Goode.

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora