La buena noticia: el túnel de la izquierda era todo recto, sin ramificaciones, giros ni recodos. La mala: era un callejón sin salida. Después de correr unos cien metros, tropezamos con un bloque de piedra enorme que nos cerraba el paso. A nuestras espaldas, resonaba el eco de algo que avanzaba por el túnel arrestándole y jadeando ruidosamente. Un ser que no era humano, desde luego, y que nos seguía la pista.
—Tyson—dije.
—¡Sí!
Ambos embestimos la roca con el hombro usando nuestras fuerzas sobrehumanas combinadas. El túnel entero tembló y empezó a caer polvo del techo.
—¡Dense prisa!—urgió Grover—. ¡No tiren el techo abajo, pero dense prisa!
La roca cedió por fin con un horrible crujido. Tyson se apresuró a hacerla girar un poco y entramos corriendo en un espacio más angosto.
—¡Cerremos la entrada!—gritó Annabeth.
En cuanto todos se pusieron tras la roca, fue mi turno de empujar. La criatura que nos perseguía aulló de rabia cuando desplacé el enorme bloque hasta colocarlo en su sitio, tapiando el túnel.
—Lo atrapamos—dije.
—O nos hemos atrapado a nosotros mismos—advirtió Grover.
Me volví. Nos encontrábamos en una cámara de cemento de dos metros cuadrados y la pared opuesta cubierta de barrotes de hierro. Nos habíamos metido en una celda.
—¿Qué demonios es esto?—dijo Annabeth, tirando de los barrotes. No se movieron ni un milímetro. A través de ellos, vimos una serie de celdas dispuestas en círculo alrededor de un patio oscuro: tres pisos de puertas con rejas y con pasarelas metálicas.
—Una cárcel—respondí—. Quizá pueda romper...
—¡Silencio!—susurró Grover—. Escuchen.
Por encima de nosotros, se oía un eco de sollozos que resonaba por todo el edificio. Y se captaba otro sonido: una voz áspera que refunfuñaba, aunque no entendí qué decía. Las palabras eran chirriantes, como guijarros revueltos en un cubo.
—¿Qué lengua es esa?—pregunté.
Tyson abrió el ojo como plato.
—¡No puede ser!
—¿Qué?
Agarró dos barrotes y los dobló como si nada, dejando espacio suficiente incluso para un cíclope.
—¡Esperen!—dijo Grover.
Tyson no le hizo caso y corrimos tras él. La prisión era muy oscura; sólo unos cuantos fluorescentes parpadeaban arriba.
—Conozco este sitio—me dijo Annabeth—. Es Alcatraz.
—¿La isla que hay cerca de San Francisco?
Ella asintió.
—Vinimos de excursión con el colegio. Es como un museo.
No parecía posible que hubiéramos emergido del laberinto y aparecido en el otro extremo del país, pero Annabeth se había pasado todo el año en San Francisco, vigilando el monte Tamalpais, al otro lado de la bahía. Tenía que saber lo que decía.
—¡No se muevan!—advirtió Grover.
Pero Tyson siguió adelante sin prestarle atención. Grover lo agarró del brazo y tiró de él.
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Doce Desastres y Pecados
FanfictionSecuela de "El Éxodo de Hércules" El nuevo Mensajero de la Justicia continúa superando misiones conforme la cuenta regresiva hacia el gran final se acerca. Tras haber completado ya seis de los trabajos de su antiguo mentor, Perseus Jackson se ve en...