Diferentes Expectativas:

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Esa noche soñé con Rachel, quien se dedicaba a lanzar dardos a un retrato mío.

Estaba de pie en su habitación... De acuerdo, rebobinemos un poco. Debo explicar primero que Rachel no tiene una habitación, sino que toda la planta superior de la mansión de su familia, un edificio restaurado de piedra arenisca ubicado en Brooklyn. Su "habitación" es un inmenso desván con iluminación industrial y ventanales del suelo al techo. Es el doble de espacioso que el apartamento entero de mi madre.

Un tema de Metal rugía por un altavoz ultramoderno manchado de pintura. Por lo visto, la única norma de Rachel en materia musical era que no hubiese en su iPod dos canciones que sonaran igual. Y que todas fueran extrañísimas.

Reconocí esa canción al instante, principalmente porque Rachel la había descargado específicamente para molestarme: "Jack the Ripper", de Motörhead. Porque, claro... Jack el Destripador.

Volviendo al punto.

Ella iba con un quimono y tenía el cabello encrespado, como si acabara de levantarse. La cama estaba deshecha. Había una serie de caballetes de pintura tapados con sábanas, y por el suelo se veía ropa sucia tirada y envoltorios de barritas energéticas. Pero, bueno, cuando tienes una habitación así de grande, el desbarajuste no produce tan mala impresión. Las ventanas mostraban el panorama nocturno de los rascacielos de Manhattan.

El cuadro era un retrato en el que yo aparecía de pie sobre el gigante Anteo. Rachel lo había pintado un par de meses atrás. La expresión de mi rostro era feroz, casi inquietante, de manera que resultaba difícil saber si era el bueno o el malo, pero ella decía que aquel era exactamente mi aspecto después de una batalla.

—Semidioses—mascullaba, con retintín mientras lanzaba un dardo al lienzo—. Ellos y sus estúpidas operaciones de búsqueda.

La mayoría de dardos rebotaban, pero varios se clavaban. Uno colgaba de mi mentón como una perilla.

Alguien aporreaba la puerta.

—¡Rachel!—era la voz de un hombre—. ¿Se puede saber qué demonios haces? Baja esa...

Rachel apagaba la música con el mando a distancia.

—¡Adelante!

Su padre entraba enfurruñado y parpadeaba a causa de aquella luz Yan cruda. Tenía el cabello rojizo, como Rachel, aunque un poco más oscuro y totalmente aplastado por un lado, como si acabara de perder una pelea con su almohada. Su pijama azul de seda llevaba bordadas en el bolsillo las iniciales "W.D".

Lo que me lleva a la pregunta, ¿quién demonios se borda las iniciales en la pijama?

—¿Pero qué pasa aquí?—preguntaba airado—. Son las tres de la mañana.

—No podía dormir—decía Rachel.

En ese momento uno de los dardos clavados en mi retrato caía al suelo. Ella trata de tapar el cuadro con el cuerpo, pero el señor Dare lo veía igualmente.

—Vaya... ¿Así que tu novio no va a venir a Saint Thomas?

Así era como me llamaba el señor Dare. Nunca "Percy". Sólo "tu novio". O "joven", si es que se dirigía a mí, cosa que raramente sucedía.

Rachel arqueaba las cejas.

—No lo sé.

—Salimos por la mañana—decía su padre—. Si no se ha decidido ya...

—Seguramente no vendrá—replicaba Rachel con tono sombrío—. ¿Contento?

El señor Dare se paseaba muy serio por la habitación, con las manos cruzadas tras la espalda. Supongo que eso era lo que hacía en la sala de reuniones de su promotora y lo que ponía más nerviosos a sus subordinados.

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora