Serpiente de múltiples cabezas:

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Los antiguos griegos creían que tras una vida de silencio, justo antes de morir, los cisnes interpretaban una hermosa última canción. Un acto final para despedirse del mundo.

Este es mi canto del cisne.

La historia final del Último Héroe del Olimpo.







El fin del mundo dio comienzo cuando un pegaso aterrizó en el capó de mi auto.

Hasta ese momento, estaba teniendo una tarde perfecta. Mi madre y mi padrastro nos habían llevado a mí y a mi novia Rachel a una playa privada de la costa sur, además de dejarnos dar una vuelta en su Toyota Prius.

Y, aunque oficialmente no tenía edad para conducir, cumpliría dieciséis en la semana siguiente. Además, Paul me había visto cortar demonios en pedazos en más de una ocasión, por lo que sabía que conducir algunos centenares de metros no era la gran cosa.

Era un caluroso día de agosto. Rachel se había recogido el cabello pelirrojo en una coleta y llevaba una blusa blanca sobre el traje de baño. Siempre la había visto con camisetas raídas y vaqueros pintarrajeados, así que tenía un aspecto tan deslumbrante como un millón de dracmas dorados.

—¡Para ahí!—me dijo de pronto.

Lo hice junto a un acantilado que se asomaba al Atlántico. El mar era siempre uno de mis lugares predilectos, pero ese día la vista era especialmente hermosa: verde reluciente y liso como un cristal, como si mi padre lo mantuviese en calma para nosotros.

—Bueno.—Rachel me sonrió—. ¿Qué me dices de la invitación?

Hice una mueca.

La cuestión era que me había invitado a pasar tres días en la casa de verano que su familia tenía en la isla de Saint Thomas. No era que yo recibiera muchas invitaciones parecidas. La idea que teníamos en mi casa de unas vacaciones de lujo se reducían a un fin de semana en una cabaña desvencijada de Long Island con unas cuantas películas alquiladas y un par de pizzas congeladas, mientras que ahora, los padres de Rachel me estaban proponiendo que fuera con ellos al Caribe, nada menos.

Me hubieran hecho bien unas vacaciones. Aquel había sido el verano más duro de mi vida, así que la idea de tomarme un respiro, aunque sólo fuera de unos días, resultaba muy tentadora.

No obstante, a una semana de mi cumpleaños (y presumiblemente también de mi muerte), no podía darme esa clase de lujos. En cualquier momento la batalla que pondría fin a la guerra que se había desatado se cerniría sobre mí, y sería yo quien le diera fin, ya sea para bien o para mal.

—Sabes que no es un buen momento—le dije, un tanto apesadumbrado.

—Percy—dijo—, comprendo que son tiempos difíciles. Pero siempre son tiempos difíciles para ti... ¿no?

En eso tenía toda la razón.

La tomé por la mano.

—Realmente desearía poder ir—le aseguré—. Es sólo que...

—El tiempo se te acaba.

Asentí. No me gustaba hablar de ello, pero Rachel estaba al corriente de la guerra y del poder antiguo que lentamente consumía mi cuerpo y alma.

Habíamos empezado a salir a principios de año. Después de como había terminado mi ultima relación, no me sentía demasiado confidente con respecto al tema. Pero tras un medio año más que positivo en ese aspecto, había vuelto a tomar confianza.

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora