Y caerán los infiernos:

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Aparecimos en Central Park, al norte del Pond, el lago con forma de coma. La Señorita O'Leary parecía muy cansada cuando se detuvo cojeando junto a un grupo de rocas. Se puso a olisquear alrededor y temí que fuese a desmallarse allí mismo, pero Nico me tranquilizó.

—No pasa nada—dijo—. Ha olido el camino a casa.

Fruncí el entrecejo.

—¿Entre las rocas?

—El Érebo tiene dos entradas principales—explicó—. Tú ya conoces la de Los Ángeles.

—La barca de Caronte.

Asintió.

—La mayoría de las almas entran por allí, pero hay un camino más estrecho y más difícil de encontrar: La Puerta de Orfeo.

—El tipo del arpa.

—El tipo de la lira—me corrigió—. Pero sí, él. Orfeo usó la música para hechizar la tierra y abrir una nueva entrada al inframundo. Avanzó cantando hasta el palacio de Hades y estuvo a punto de rescatar el alma de su esposa y salirse con la suya.

Recordaba bien la historia. Orfeo no debía mirar atrás mientras conducía a su esposa hacia el mundo de los vivos, pero, por supuesto, desobedeció y se volvió a mirarla. Vamos, el típico mito en plan "y así fue como murieron, fin" que nos cuentan en el campamento al amor del fuego mientras nos vamos quedando dormidos.

—Así que ésta es la Puerta de Orfeo—fingí estar impresionado, aunque aquello seguía pareciéndome un montón de rocas—. ¿Cómo se abre?

—Nos hace falta un poco de música. ¿Qué tal se te da cantar?

—Hum, no muy bien. ¿Te sirven unos silbidos? La melodía fue inventada por Hades, después de todo...

—Quizá—reconoció Nico—. Haz la prueba.

Inhalé profundamente para tomar aire, pero ni bien lo hice, sentí un hormigueó en la cabeza. La primera vez en meses que notaba mi conexión por empatía, cosa que sólo podía significar dos cosas: que un montón de gente había encendido de golpe el canal de Naturaleza, o que Grover andaba cerca.

—Oh, dioses... ¡Esto es perfecto!—sonreí, antes de volverme y gritar a todo pulmón—: ¡¡¡Grover!!!

Esperamos un buen rato. La Señorita O'Leary se hizo un ovillo y se echó una siesta. Entre los árboles, oía el canto de los grillos y también el ulular de un búho. El zumbido del tráfico llegaba amortiguado desde West Central Park. También oí ruido de cascos en un sendero cercano, quizá una patrulla de la policía montada. Seguro que les encantaría encontrar a dos chicos merodeando por el parque a la una de la madrugada.

—No funciona—susurró Nico por fin.

Pero yo tenía un presentimiento. Cerré los ojos y me concentré: "Grover"

Estaba en algún rincón del parque, seguro. Entonces, ¿por qué no podía percibir sus emociones? Lo único que me llegaba era un ligero zumbido en el fondo de mi cerebro.

"¡Grover!"—pensé, con insistencia.

"Hum-hum"—me pareció oír.

Me vino una imagen a la cabeza. Un olmo gigantesco en lo más profundo del bosque, lejos de los senderos principales; unas raíces torcidas aferradas a la tierra que formaban una especie de lecho. Y allí, tendido de brazos cruzados y con los ojos cerrados, un sátiro, como si llevara mucho tiempo durmiendo. Las raíces parecían estar rodeándolo y hundiéndolo poco a poco en la tierra.

"Grover"—dije—. "Despierta"

"Hum... zzzzz"

"Estás cubierto de mugre, amigo. ¡Despierta!"—lo arengue.

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora