Doce Desastres y Pecados

En un sueño sin fin el mundo se verá:

El largo recorrido de ascenso me dio tiempo suficiente para meditar acerca de aquellas visiones en el Estigio, de todas ellas.

"¿Quieres hablar al respecto?"—preguntó Zoë, mientras avanzaba a travez de la oscuridad.

—No sé si sea buena idea...—murmuré—. No me siento listo para afrontar ese tema con Artemis y Annabeth y... bueno, Rachel.

"O la ausencia de ella, querrás decir"

—No presiones.

Ella alzó las manos, en gesto de paz.

"De acuerdo, no hablaremos sobre eso"—accedió—. "En cambio, cuéntame que fue lo que pasó durante ese instante en que abandonaste tu cuerpo"

—¿Qué...?

"Sólo fue un momento, pero tu espíritu se desconectó por completo de la realidad"—explicó—. "Fui incapaz de sentirte por ninguna parte, incluso cuando tu carne y sangre seguían allí"

—Es una larga historia...

"Y es un largo trayecto de subida, tenemos tiempo"—repuso—. "No sé aún lo que sucedió. Pero es obvio que te perturbó profundamente, te noto distraído y apesadumbrado"

Su forma de hablar y comunicarse... su inglés antiguo, me ponía nervioso. Era estúpido, ella siempre se había comunicado de ese modo. Pero ahora, no podía evitar tener esa molesta sensación de que recitaba Shakespeare todo el tiempo.

—Me enfrenté a un viejo enemigo de Hércules—murmuré finalmente, sabiendo que Zoë no pasaría del tema—. Y durante un momento... sólo por una fracción de la batalla... pude sentir la justicia abandonando mi corazón... dejó de importarme el bien o el mal y me concentré por completo en el frenesí y la matanza.

"Perdiste el control de nuevo"—entendió ella—. "Dijiste que no volvería a pasar"

—Ya lo sé, pero...

"¡Por eso sabía que no debíamos dejar el tema!"—insistió—. "¡Eres demasiado peligroso, Jackson! Te lo advertí una vez, si dejas que tu ira te domine...

—¡Cierra la boca!—le espeté.

Mi voz hizo eco por el túnel, la Señorita O'Leary detuvo su avancé para volverse a mirarme, ladeando la cabeza confundida.

—Lo siento...—temblé—. Tienes... tienes razón. Es sólo que... no me reconocí a mí mismo. Lo que ese hombre dijo e hizo de mí...

Me falló la voz, me imaginaba a Jack riéndose de mí desde dondequiera que estuviese, deleitándose ante como finalmente me había quebrado, tiñéndome de su amado color favorito.

—Tengo miedo, Zoë...—sollocé, cayendo de rodillas sobre la roca—. Estoy aterrado... como nunca jamás lo estuve antes...

"Percy..."

—¡Ni siquiera sé cómo se supone que daba reaccionar ante el miedo!—grité—. ¿Congelarse? ¿Huir? ¿Luchar? Ahora poseo un cuerpo indestructible... ¿qué pasa si me descontroló allá arriba? ¿Cómo podría alguien detenerme si pierdo la noción entre aliados y enemigos?

Mi amiga me devolvió a la realidad con una bofetada.

"No seas patético"—dijo con dureza—. "Eres Perseus Jackson, el Indomable Dios de la Guerra, ¿recuerdas? ¡Deja de lloriquear y ponte de pie!"

—Pero...

"Pero nada"—me cortó—. "Tuviste un momento de oscuridad, ¿y qué? Sigues siendo el Mensajero de la Justicia, el Monumento de la Virtud, el Orgullo de Grecia"