Cuando vi los dientes de los caballos, mi esperanza descendió drásticamente.
Al aproximarme a la cerca me tapé la nariz con la camisa para tratar de evitar aquella fetidez. Un semental avanzó entre el estiércol, soltó un relincho agresivo y me mostró unos dientes afilados como los de un oso.
Intenté hablarle como hago con el resto de caballos:
"Hola"—saludé—. "Vengo a limpiar sus establos. ¿No te parece genial?
"¡Sí!"—dijo el caballo—. "¡Ven, que te como! ¡Sabroso mestizo!"
"¡Pero si soy hijo de Poseidón!"—protesté—. "Él creó a los caballos"
Esta declaración suele ganarme un trato de preferencia en el mundo equino, pero esta vez no funcionó.
"¡Sí!"—respondió el caballo, entusiasmado—. "¡Que venga Poseidón también! ¡Los comeremos a los dos! ¡Marisco rico!"
"¡Marisco!"—repitieron los demás caballos, mientras vadeaban por el estiércol.
Había moscas zumbando por todas partes y el calor exacerbaba el hedor. Tenía una buena idea de cómo superar aquel reto porque me había acordado de cómo lo había hecho Hércules. Él había canalizado un río hacia los establos y de ese modo había conseguido limpiarlos. Yo me veía capaz de controlar el agua, pero si no podía acercarme a los caballos sin ser devorado, no iba a resultarme tan fácil. El río discurría, además, por un punto de la colina más bajo y bastante más alejado de lo que yo creía: casi a un kilómetro. En fin, el problema de la caca parecía mucho más serio visto de cerca.
Agarré una pala oxidada y recogí un poco desde el borde de la cerca, sólo para probar. Fantástico. Ya sólo me faltaban cuatro mil millones de paletadas.
El sol empezaba a descender. Me quedaban apenas unas horas. Llegué a la conclusión de que el río era mi única esperanza. Al menos, me resultaría más fácil pensar a la orilla del río que al borde de aquel estanque apestoso. Empecé a bajar por la ladera.
Cuando llegué al río, me encontré a una chica esperándome. Llevaba téjanos y una camiseta verde, y el largo cabello castaño trenzado con hierbas. Tenía los brazos cruzados y una expresión muy ceñuda.
—¡Ah, no! ¡Ni hablar!—exclamó.
Me quedé mirándola.
—¿Eres una náyade?
Ella puso los ojos en blanco.
—¡Pues claro!
—Pero hablas inglés. Y estás fuera del agua.
—¿Qué creías? ¿Que no podemos comportarnos como los humanos si queremos?
Nunca se me había ocurrido pensarlo. Me sentí estúpido, sin embargo, era porque había visto muchas náyades por el campamento y ellas nunca pasaban de soltar risitas y de saludarme desde el fondo del lago de las canoas.
—Mira—le dije—, venía a pedir...
—Sé quién eres y lo que quieres. ¡Y la respuesta es no! No voy a permitir que se utilice otra vez mi río para limpiar ese establo asqueroso.
—Pero...
—Ahórrate las explicaciones, niño del mar. Las divinidades del océano siempre se creen mucho más importantes que un río insignificante, ¿no? Bueno, pues permíteme que te diga que esta náyade no se va a dejar mangonear sólo porque tu papaíto sea Poseidón. Esto es territorio de agua dulce, señor mío. El último tipo que me pidió este favor (era mucho más atractivo que tú, por cierto) consiguió convencerme y... ¡fue el peor error de mi vida! ¿Tienes idea del daño que le causa a mi ecosistema todo ese estiércol de caballo? ¿Me has tomado por una depuradora? Mis peces morirán. Nunca lograré limpiar la caca de mis plantas. Me quedaré enferma durante años. ¡¡No, gracias!!
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Doce Desastres y Pecados
FanficSecuela de "El Éxodo de Hércules" El nuevo Mensajero de la Justicia continúa superando misiones conforme la cuenta regresiva hacia el gran final se acerca. Tras haber completado ya seis de los trabajos de su antiguo mentor, Perseus Jackson se ve en...