El dios de dos caras:

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Apenas habíamos caminado treinta metros y ya estábamos totalmente perdidos.

El túnel no se parecía en nada al pasadizo con que Annabeth y yo nos habíamos tropezado. Ahora era redondo como una alcantarilla, tenía paredes de ladrillo rojo y ojos de buey con barrotes de hierro cada tres metros.

Por curiosidad, asomé el ojo izquierdo en uno de aquellos agujeros, pero no vi nada más que un pasillo infinito. Creí oír voces al otro lado, pero tal vez fuese sólo el viento.

"O esa esquizofrenia de la que tanto te gusta hablar"—bufó Zoë.

"No molestes ahora"

Annabeth hizo todo lo que pudo para guiarnos. Pensaba que debíamos pegarnos a la pared de la izquierda.

—Si ponemos todo el rato la mano en el muro de la izquierda y lo seguimos—dijo—, deberíamos encontrar la salida haciendo el trayecto inverso.

Por desgracia, apenas lo hubo dicho la pared izquierda desapareció y, sin saber cómo, nos encontramos en medio de una cámara circular de la que salían ocho túneles.

—Hummm... ¿por dónde hemos venido?—preguntó Grover, nervioso.

—Sólo hay que dar la vuelta—respondió Annabeth.

Cada uno se volvió hacia un túnel distinto. Era absurdo. Ninguno de nosotros era capaz de decir por dónde se regresaba al campamento.

—Las paredes de la izquierda son malas—dijo Tyson—. ¿Ahora por dónde?

Con el haz de luz de su linterna, Annabeth barrió los arcos de los ocho túneles.

Analicé cada uno de los caminos con mi ojo, a mi modo de ver, eran idénticos.

—Por allí—decidió.

—¿Cómo lo sabes?—pregunté.

—Razonamiento deductivo.

—O sea... te lo imaginas.

—Tú sígueme—replicó ella.

El túnel que había elegido se estrechaba rápidamente. Los muros se volvieron de cemento gris y el techo se hizo tan bajo que enseguida tuvimos que avanzar encorvados. Tyson se vio obligado a arrastrarse.

Lo único que se oía era la respiración agitada de Grover.

—No lo soporto más—murmuró éste—. ¿Ya llegamos?

—Llevamos aquí cinco minutos—le dijo Annabeth.

—Ha sido más tiempo—insistió Grover—. ¿Y por qué habría de estar Pan aquí abajo? ¡Esto es justo lo contrario de la naturaleza silvestre!

Seguimos arrastrándonos. Cuando ya creía que el túnel iba a volverse tan estrecho que acabaría aplastándonos, se abrió bruscamente a una sala enorme.

—¡Hala!—exclamé al mirar las paredes.

Toda la estancia estaba cubierta de mosaicos. Los dibujos se veían mugrientos y descoloridos, pero aún era posible identificar los colores: rojo, azul, verde, dorado. El friso mostraba a los dioses olímpicos en un festín. Mi padre, Poseidón, con su tridente, le daba unas uvas a Dioniso para que las convirtiera en vino. Zeus se divertía con los sátiros y Hermes volaba por los aires con sus sandalias aladas. Eran imágenes bonitas, pero no demasiado fieles. Los dioses jamás podrían convivir tan pacíficamente entre ellos y Hermes no tenía la nariz tan grande.

En medio de la estancia se alzaba una fuente con tres gradas. Daba la impresión de que llevaba seca mucho tiempo.

—¿Qué es esto?—musité—. Parece...

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora