El Éxodo de Hércules:

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Abrí los ojos viéndome a mí mismo en un verde prado en lo que, sin siquiera haber estado allí, supe de inmediato que se trataba de la antigua Grecia, más específicamente, fuera de las murallas de Tebas.

Ese era el lugar exacto en el que Hércules había sido llevado a los cielos tras consumir la ambrosía, ese era el lugar en el que Zeus lo había hecho convertir en dios.

—Haz echo un increíble trabajo—dijo una voz tras mi espalda.

Con un sobresalto, me volví sobre mí mismo, sintiendo mis ojos empañarse por las lágrimas.

Frente a mí, tan grande, fuerte y saludable como siempre, se encontraba el mismo Hércules, sonriéndome con orgullo.

—Hermano...

Sin poder contenerme, salté sobre él y le di un gran abrazo mientras empezaba a temblar.

—¿Realmente eres tú? ¿Realmente estás aquí?

El dios se rió divertido y me devolvió el gesto.

—También me alegro de verte, hermanito.

Me separé de él, limpiándome las lagrimas de los ojos.

—¿C-cómo es posible? Creí que tú...

Su expresión se ensombreció muy ligeramente.

—Sí, el Nifhel aún me aguarda—explicó—. No obstante, el destino me tenía reservada una última misión.

Ladeé la cabeza.

—No comprendo...

Colocó una mano sobre mu hombro y me sostuvo la mirada.

—Para finalmente poder descansar en paz, tendré que combatir contra ti.

Abrí los ojos como platos y negué con la cabeza mientras retrocedía.

—Eh, no no no—murmuré—. No puedo hacer eso... me estás pidiendo que...

—Que me mates—concluyó—. Las reglas son simples, Percy. Mi alma no descansará en paz hasta que tú me derrotes, pero tampoco hallaré reposo amenos que ponga todo mi poder en la batalla. Tengo que luchar con todo mi ser, y tú tendrás que hacerlo también.

—Pe... pero... ¡Yo no quiero hacer eso!—balbuceé—. Estás aquí, no hay razón para...

—Percy, por favor.

Al mirar detenidamente sus ojos, pude observar un profundo dolor que lo carcomía, uno mil veces mayor aún a aquel provocado por la marca. Y, aún así, se mantenía firme e impasible, ocultando su agonía casi a la perfección. Si me había percatado, era únicamente por lo bien que lo conocía.

—"Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto quien lo siente"—se me escapó.

Hércules respiró profundamente.

—También quería hablar un poco sobre eso.

Bajé la mirada, empezando a temblar como si tuviese muchísimo frío.

—Lo lamento...—dije—. Perdí de vista el camino correcto... me valí del terror y disfruté de ejercer la violencia...

El héroe negó suavemente con la cabeza mientras levantaba mi mirada con su mano.

—Percy, al final, en el momento de más necesidad, te sobrepusiste a la crueldad y brillaste con luz propia, me enorgulleces—su agarré se apretó ligeramente—. No obstante, es la hora de completar tu último trabajo, el decimotercer trabajo.

Doce Desastres y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora