Freddy Fazbear's Pizza

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Charlie paró el coche, sintió que la tierra cedía bajo los neumáticos y apagó el motor. Salió e inspeccionó los alrededores. El cielo tenía un tono azul profundo y oscuro, y el último rastro del atardecer se replegaba hacia el oeste. El aparcamiento no estaba asfaltado, y tenían ante ellos una construcción monstruosa, una mole de cemento y cristal. Las farolas del aparcamiento no se habían usado nunca, y no se veía ninguna luz. El propio edificio parecía un santuario abandonado, sepultado entre árboles negros y rodeado por el rugido lejano de la civilización. Miró a Jessica en el asiento del copiloto, que estiraba el cuello por la ventanilla.

—¿Seguro que es aquí? —preguntó.

Charlie sacudió lentamente la cabeza, sin saber muy bien lo que estaba viendo.

—No lo sé —musitó.

Salió del coche y permaneció quieta en silencio mientras John y Carlton aparcaban junto a ella.

—¿Qué es esto? —John salió del coche con cuidado y clavó los ojos en el mastodonte—. ¿Alguien tiene una linterna?

Carlton levantó su llavero e hizo oscilar la tenue luz de una linterna de bolsillo durante unos instantes.

—Genial —murmuró John, y echó a andar resignado.

—Espera un momento —dijo Charlie, y rodeó el coche hasta el maletero—. Mi tía siempre me hace llevar varios cacharros para emergencias.

La tía Jen, cariñosa pero estricta, le había inculcado a Charlie la independencia por encima de cualquier otra cosa. Antes de dejarle usar su viejo Honda azul, había insistido en que Charlie aprendiera a cambiar una rueda, comprobar el aceite y reconocer las piezas básicas del motor. En el maletero, en una caja negra junto al gato, el neumático de repuesto y una palanca, había una manta, una pesada linterna como las de la policía, agua embotellada, barritas de cereales, cerillas y luces de emergencia. Charlie cogió la linterna; Carlton se llevó una barrita.

Comenzaron a rodear el perímetro del edificio, casi como si lo hubieran acordado en silencio, mientras Charlie iluminaba el camino con el firme haz de la linterna. El edificio parecía casi terminado, pero el suelo era todo tierra y roca, blando e irregular. Charlie apuntó con la luz hacia abajo, y vieron que la hierba había crecido varios centímetros de forma irregular.

—Hace tiempo que nadie excava por aquí —dijo Charlie.

Aquello era inmenso y les llevó un buen rato rodearlo. El azul profundo del atardecer enseguida dio paso a un manto de estrellas y dispersas nubes plateadas. Todas las superficies del edificio eran del mismo cemento beis, y las ventanas estaban demasiado altas para poder mirar dentro.

—¿En serio han construido todo esto y se han largado sin más? —se preguntó Jessica.

—Carlton —intervino John—, ¿de verdad no sabes qué ha pasado?

El chico se encogió de hombros de forma exagerada.

—Ya os lo he dicho, sabía que había obras, pero nada más.

—¿Por qué habrán hecho esto? Sigue, y sigue. —John parecía casi paranoico; oteaba hacia los árboles como si pensara que otros ojos le devolverían la mirada. Entornó los suyos y recorrió con ellos la pared exterior del edificio, que parecía extenderse hasta el infinito. Volvió la mirada hacia los árboles como si quisiera asegurarse de que no habían pasado por alto algún otro edificio. Apoyó la mano en la fachada de color apagado—. No, seguro que era aquí. Y ya no está.

Un rato después hizo una señal a los demás y emprendió el camino de regreso por donde habían venido. Charlie dio media vuelta de mala gana y siguió al grupo. Continuaron hasta que volvieron a ver los coches a lo lejos en la oscuridad.

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