Las tumbas andantes y el espíritu que prevalece

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Carlton abrió los ojos desorientado, la cabeza le latía de forma dolorosa y atronadora. Estaba medio sentado, apoyado contra la pared, y se dio cuenta de que no podía mover los brazos. Sentía pequeñas punzadas de dolor y un cosquilleo entumecido por todo el cuerpo; intentó moverse para aliviar la sensación, pero estaba sujeto de algún modo, y los escasos movimientos que podía realizar solo conseguían que le dolieran más zonas del cuerpo. Miró a su alrededor tratando de ubicarse. Parecía un almacén: veía cajas apiladas a lo largo de las paredes y latas vacías de pintura y otros productos de limpieza por el suelo, pero había más. Montones de tela peluda por todas partes. Carlton los miró soñoliento. Se sentía aturdido, como si pudiera volver a dormirse fácilmente si cerraba los ojos... «No.» Sacudió con fuerza la cabeza intentando despejarse.

—Oh, no —gruñó al sentir que le palpitaba la cabeza y que se le revolvía el estómago. Apretó los dientes y cerró los ojos con la esperanza de que el latido y las náuseas remitieran.

Al final lo consiguió, ya que se redujeron hasta ser manejables, y volvió a abrir los ojos para empezar de nuevo. Esta vez tenía la mente un poco más clara y bajó la mirada para ver qué lo retenía. «Oh, no.»

Estaba embutido dentro del pesado torso con forma de barril de un disfraz de muñeco, la parte superior descabezada de alguna clase de animal. Tenía los brazos atrapados dentro y sujetos a los lados en una posición forzada mediante algún tipo de estructura. Los brazos del disfraz colgaban inertes y vacíos a los costados, y sus propias piernas asomaban incongruentes por debajo, pequeñas y delgadas en comparación. Sentía otras cosas dentro del torso del muñeco, piezas de metal que se le clavaban en la espalda. También sentía algunas zonas en carne viva, y no habría sabido decir si lo que le resbalaba por la espalda era sudor o sangre. Algo le apretaba los lados del cuello, y cuando giró la cabeza, aquello se le clavó en la piel. El pelo del disfraz estaba sucio y apelmazado; su color ajado podía haber sido azul brillante algún día, pero ahora no era más que beis con un toque azulado. Vio una cabeza del mismo color encima de una caja de cartón a pocos metros de distancia, y la miró con un asomo de curiosidad, pero no habría sabido decir qué se suponía que era. Parecía que a alguien le hubieran pedido que «hiciera un animal» y hubiera hecho exactamente eso, con mucho cuidado de que no se pareciera a ninguna especie en concreto.

Recorrió la sala con la mirada y fue dándose cuenta de dónde estaba. Los montones de tela tenían rostro. Eran disfraces vacíos, muñecos del restaurante desinflados y tirados en el suelo que lo miraban con ojos vacíos, como si quisieran algo.

Miró a su alrededor intentando analizar la situación con calma, a pesar de que el corazón le latía agitado en el pecho. La estancia era pequeña, y una única bombilla la iluminaba con luz débil y titilante desde el techo, lo que confería una inquietante sensación de movimiento a toda la habitación. Un pequeño ventilador metálico de mesa, teñido por el óxido, oscilaba suavemente en un rincón, pero el aire que soplaba estaba cargado del sudor acumulado en aquellos disfraces que llevaban una década sin lavarse. Carlton tenía calor, el ambiente estaba demasiado cargado. Intentó levantarse, pero sin los brazos no podía apoyarse. Al moverse sintió otra náusea intensa y una punzada de dolor en la cabeza.

—Yo no haría eso —farfulló una voz áspera.

Carlton miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Y entonces la puerta se abrió. Se movía lentamente. Entre tanto terror, Carlton sintió un arrebato de impaciencia.

—¿Quién es? ¡Sácame de aquí! —dijo con desesperación.

La puerta gimió como un animal herido al abrirse casi por sí sola y revelar un marco vacío. Después de una breve pausa, un conejo amarillo asomó la cabeza con las orejas inclinadas formando un ángulo desenfadado. Se quedó quieto un instante, casi posando. A continuación entró botando con elegancia, sin rastro de los movimientos rígidos y mecánicos de los animatrónicos. Después de un pequeño baile de pies, giró e hizo una profunda reverencia. Entonces levantó las manos y se quitó su propia cabeza para revelar al hombre que había dentro del disfraz.

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora