Estás aquí, ¿Cierto?

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—¡Clay! —repitió John.

Su preocupación aumentó cuando Clay miró la tarima sucia, aparentemente sumido en sus pensamientos. John le puso la mano en el brazo y Clay se sobresaltó. Parecía que acabara de darse cuenta de que no estaba solo.

—Tenemos que encontrarla —dijo con tono apremiante.

Clay asintió, y volvió de nuevo a la vida. Echó a correr y John lo siguió de cerca, llegando por los pelos a sentarse en el asiento del copiloto antes de que arrancara el motor y salieran a toda velocidad por la carretera a medio terminar.

—¿Adónde vamos? —exclamó John.

Aún estaba luchando contra el viento para cerrar la puerta. Se agitaba como un ala gigantesca, tirando de él cuando Clay giró por la colina. Por fin, consiguió cerrarla.

—No sé —dijo Clay con tristeza—. Pero sabemos más o menos hasta dónde pueden llegar.

Bajó como un loco por la colina, salió a la carretera y encendió las luces de policía. Avanzaron poco menos de un kilómetro y medio, y entonces giraron hacia un camino sin asfaltar.

John se golpeó el hombro contra la puerta. Agarró el cinturón de seguridad, mientras bajaban el camino a toda velocidad. La maleza raspaba ambos lados del coche y golpeaba el parabrisas.

—Tienen que pasar por aquí —dijo Clay—. Este terreno está justo a mitad de camino entre esa casa y la siguiente zona del mapa. Solo tenemos que esperarlos.

Clay frenó de golpe en el borde de un campo abierto y John se fue hacia delante. Salieron juntos del coche. Había árboles desperdigados por aquí y por allá, y la hierba era alta, pero no había cultivos, ni ganado pastando. John se adentró en el terreno y miró la hierba ondeando, como el agua con el viento.

—¿De verdad crees que pasarán por aquí? —preguntó John.

—Si siguen avanzando en la dirección en la que iban, tienen que hacerlo —dijo Clay.

Los minutos se hicieron eternos. John se paseaba de un lado a otro delante del coche. Clay se situó más cerca de la mitad del terreno, listo para echar a correr en cualquier dirección en cuanto fuera necesario.

—Ya deberían estar aquí —dijo John—. Algo va mal.

John miró a Clay, que asintió con la cabeza.

En la distancia, se oía el motor de un coche, cada vez más alto. Se quedaron en el sitio. Quienquiera que fuera se acercaba muy deprisa. John oía el ruido de las ramas al golpear la carrocería del coche con ritmo irregular. Unos segundos después, el coche surgió del camino a toda velocidad y frenó con un chirrido.

—Jessica. —John fue hacia el coche.

—¿Dónde está Charlie? —preguntó la chica mientras bajaba del vehículo.

—¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Clay.

—La llamé yo —se apresuró a decir John—. Desde el restaurante, justo después de hablar contigo.

—He estado dando vueltas por todos lados. Por suerte, os he encontrado. ¿Por qué habéis parado aquí?

—Su ruta pasa por aquí —le explicó John, pero ella lo miraba con escepticismo.

—¿Qué quiere decir eso? ¿Cómo lo sabéis?

John echó una mirada a Clay. Ninguno de los dos parecía muy seguro.

—Ya la tienen, ¿verdad? —dijo Jessica—. Entonces ¿porqué iban a seguir dirigiéndose a la residencia?

Clay cerró los ojos y se llevó las manos a las sienes.

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