Las tumbas

1 0 0
                                    

 —Siempre estamos aprendiendo. Espero que al menos alguno de vosotros esté aprendiendo algo en esta clase.

Los alumnos de la profesora Treadwell soltaron una risita nerviosa, pero ella siguió hablando por encima. Al parecer, lo decía en serio.

—Cuando aprendemos algo, el cerebro tiene que decidir dónde guarda la información. De manera inconsciente establecemos a qué grupo de cosas se parece más esa información, y la conectamos con ese grupo. Esto, evidentemente, es una explicación muy básica. Cuando los ordenadores hacen esto mismo, decimos que crean árboles.

Charlie solo estaba escuchando a medias. Ya se sabía todo eso y tomaba apuntes en modo automático. Desde su excursión a Freddy's el día anterior, no había podido sacarse la imagen del cuerpo de Dave de la cabeza: su torso y el escabroso dibujo de cicatrices que lo cubría. Cuando vivía, se lo había mostrado, para presumir de que había sobrevivido. Nunca le dijo lo que había pasado; debió de ser un accidente. Llevaba ese tipo de trajes todo el tiempto. Incluso ahora podía imaginárselo, antes de los asesinatos, vestido de conejo amarillo y bailando alegremente con un oso del mismo color. Charlie sacudió la cabeza de repente, en un intento de borrar esa imagen.

—¿Estás bien? —susurró Arty.

Charlie asintió y le hizo un gesto para que se apartara.

«Pero el muerto del campo..., eso no fue un accidente. Alguien le obligó a meterse dentro. Pero ¿por qué?»

Charlie tamborileó con los dedos en la mesa, inquieta.

—Eso es todo por hoy.

La profesora Treadwell dejó la tiza y se bajó de la tarima con paso decidido. Su asistente, un nervioso estudiante de posgrado, corrió a recoger los trabajos que tenían que entregar.

—Oye, ¿tienes tiempo para repasar esto conmigo? —le preguntó Arty a Charlie mientras recogían sus cosas—. Esta asignatura me supera un poco.

Charlie se detuvo. Había prometido compensar la primera cita con John, pero aún faltaba una hora antes de quedar con él. Ahora que había estado en Freddy's, casi sentía que estaba en un territorio conocido, aunque ese territorio estuviera bañado en sangre.

—Tengo un rato ahora mismo —le dijo a Arty.

Al chico se le iluminó la cara.

—¡Genial! Muchísimas gracias. Podemos ir a trabajar a la biblioteca.

Charlie asintió.

—Claro.

Atravesó el campus junto a él, escuchando a medias cómo le contaba sus dificultades con la materia.

Se sentaron a una mesa. Charlie abrió el cuaderno por los apuntes de ese día y se lo acercó a Arty.

—¿Te importa si me siento a tu lado? —preguntó él—. Es más fácil si los dos vemos lo mismo, ¿no?

—Sí, claro.

Charlie se volvió a acercar el cuaderno mientras él dio la vuelta y se sentó a su lado, aproximando su silla plegable de metal a la de ella. Unos centímetros más cerca de lo que a ella le habría gustado.

—Bueno, ¿en qué punto te perdiste? —le preguntó.

—Te lo estaba diciendo por el camino —respondió él, con un tono de reproche en la voz. Después se aclaró la garganta—. Supongo que entendí la primera parte de la clase, cuando repasó el material de la semana pasada.

Charlie se rio.

—Así que, básicamente, quieres revisar todo lo nuevo que hemos visto hoy.

Arty asintió, avergonzado. Charlie empezó por el principio y fue señalando los apuntes a medida que avanzaba. Al pasar las páginas, se fijó en sus propios garabatos al margen. Se acercó un poco más para ver el contorno de varios rectángulos que marcaban el final de la hoja. Todos estaban coloreados, como bloques de granito. Los miró fijamente, con una sensación de déjà eran importantes. «No recuerdo haber dibujado esto», pensó con inquietud. Pero se dijo: «Solo son garabatos. Todo el mundo hace garabatos».

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora