La criatura retorcida

1 0 0
                                    

Charlie aminoró la marcha. Ahora que la mitad de los policías de Hurricane estaban en la zona, no convenía que la detuvieran por exceso de velocidad. Estaba llena de tierra del jardín de una mujer muerta y no se podía librar de la sensación de que se había olvidado de algo.

«John», comprendió entonces. Había quedado con él (miró el reloj del coche) hacía casi dos horas. El corazón le dio un vuelco. «Pensará que le he dado plantón. No, pensará que estoy muerta», se corrigió. Dada la peligrosa historia de su relación, probablemente pensaría que esta segunda opción era la más probable.

Cuando llegó al local donde habían quedado, un pequeño restaurante italiano al otro lado de la ciudad, Charlie salió corriendo del aparcamiento, a toda velocidad. Derrapó delante de una recepcionista adolescente, que la saludó nerviosa.

—¿Qué deseas? —le preguntó a Charlie, dando un paso hacia atrás.

Ella se vio de reojo en el espejo de detrás del mostrador. Tenía manchas de tierra en la cara y en la ropa; no se le había ocurrido limpiarse antes. Se limpió apresuradamente las mejillas con la mano antes de contestar a la chica.

—He quedado aquí con alguien. Un chico alto, de pelo castaño. Algo...

Hizo unos gestos por encima de la cabeza, tratando de indicar el desorden habitual del pelo de John, pero la camarera la miró inexpresiva. Charlie se mordió el labio, frustrada. «Se ha marchado. Claro que se ha marchado. Llegas dos horas tarde.»

—¿Charlie? —dijo una voz.

«John.»

—¡¿Sigues aquí?! —exclamó, demasiado alto para el silencio del restaurante, cuando lo vio aparecer por detrás de la recepcionista, profundamente aliviado.

—Pensé que, ya que estaba aquí, podía comer algo —dijo, y tragó lo que tenía en la boca, riendo—. ¿Estás bien? Pensé que tal vez... no vendrías.

—Estoy bien. ¿Dónde estás? ¿Sigues sentado? Bueno, digo, es obvio que no estás sentado. Estás de pie. Quiero decir que dónde estabas sentado, antes de estar de pie.

Charlie se pasó las manos por el pelo y se apretó fuerte los puños contra la cabeza, tratando de ordenar sus pensamientos. Murmuró una disculpa. No estaba muy claro a quién iba dirigida.

John miró a su alrededor, nervioso, y después señaló una mesa cerca de la cocina. Había un plato casi acabado con medio palito de pan encima, una taza de café y un segundo plato, sin empezar.

Se sentaron y él la inspeccionó con la mirada. Después, se inclinó sobre la mesa y le preguntó en voz baja.

—Charlie, ¿qué ha pasado?

—Si te lo cuento, no te lo creerías —dijo ella sin darse demasiada importancia.

Él seguía preocupado.

—Estás sucia. ¿Te has caído en el aparcamiento?

—Sí —dijo Charlie—. Me he caído en el aparcamiento y luego he rodado por una ladera hasta un contenedor, y después me he caído desde allí y he tropezado al entrar. ¿Contento? Deja de mirarme así.

—¿Así, cómo?

—Como si tuvieras derecho a juzgarme.

John se apoyó en el respaldo de la silla, con los ojos como platos. Parpadeó con fuerza y Charlie suspiró.

—John, lo siento. Te lo contaré todo. Solo necesito algo de tiempo, tiempo para ordenar mis pensamientos y lavarme un poco.

Se rio, con un ruido agitado y consumido; después se tapó la cara con las manos.

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora