El Rincón Oscuro

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John contaba las respiraciones de Charlie (uno-dos, tres-cuatro, inspiraespira), y con cada una iba llevando la cuenta del paso del tiempo; así sabía que todo aquello era real, que no iba a desaparecer. Habían pasado horas y fuera empezaba a clarear, pero él no podía despegar los ojos de ella. Su cama era estrecha; Charlie estaba hecha un ovillo en un lado, en la misma posición que había adoptado dentro del baúl, con la espalda pegada a la pared, y él estaba como buenamente podía en el borde opuesto, con cuidado de no tocarla. Jessica había dormido un rato en el sofá y ahora estaba despierta de nuevo, recorriendo la habitación de John de un lado a otro sin parar.

—John, tenemos que llevarla a un hospital —dijo Jessica por segunda vez desde que se había despertado, y él sacudió la cabeza.

—Ni siquiera sabemos lo que le pasa —repuso él en voz baja.

Jessica chasqueó la lengua con frustración.

—Qué mejor razón que esa para llevarla a un hospital —protestó haciendo hincapié en cada una de sus palabras.

—Temo que no esté a salvo.

—¿Acaso crees que está a salvo aquí?

John no contestó. Uno-dos, tres-cuatro, inspira-espira... Se dio cuenta de que estaba contando las respiraciones de Charlie otra vez y apartó la mirada. Aun así, podía oírla respirar, así que siguió contando: nueve-diez, oncedoce... Notaba su presencia junto a él; aunque no se tocaran, era plenamente consciente de que la tenía cerca.

—¿John? —interrumpió Jessica.

Él las miró, primero a una y luego a la otra.

—Clay dijo algo —recordó.

—¿En el hospital? —Jessica frunció el ceño—. ¿Algo más?

—No, antes. Tenía a Ella en su casa.

—¿Esa muñeca chunga que había en el cuarto de Charlie?

John disimuló una sonrisa al recordar lo que le había dicho Charlie una vez: «A Jessica le gustará Ella. Viste como ella». Pero cuando Charlie hizo girar la rueda que había a los pies de su cama, la que hacía que Ella saliera del armario por su raíl sosteniendo la bandejita de té, Jessica miró a la enorme muñeca, gritó y salió del cuarto como una exhalación.

—Sí, la muñeca chunga —confirmó, y volvió al presente.

Jessica se estremeció con un gesto exagerado.

—No sé cómo podía dormir sabiendo que esa cosa estaba dentro del armario.

—Ese no era el único armario —dijo John frunciendo el ceño—. Había dos más; Ella estaba en el más pequeño.

—Bueno, no fue el armario lo que me dio mal rollo; los armarios no me dan miedo... Bueno, lo retiro, el último en el que hemos estado no me ha gustado nada —repuso Jessica con frialdad.

—Ojalá pudiera volver a esa casa...

—¿A la antigua casa de Charlie? Se derrumbó. Ya no existe —lo interrumpió Jessica.

John suspiró.

—Encontraron a Ella entre los escombros, pero Clay me dijo que Charlie no mostró interés en quedársela. No me pega nada de ella; su padre le hizo aquella muñeca.

—Sí. —Jessica paró de andar y se apoyó en la pared, como dejando que todo sedimentara a su alrededor—. Tenías razón, John. —Abrió las manos en un gesto de impotencia—. La otra Charlie es una impostora; tenías razón. ¿Qué vamos a hacer?

John volvió a mirar a Charlie, que se agitó en sueños.

—¿Charlie? —susurró.

Ella emitió un quejido y luego se quedó quieta de nuevo.

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